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Actualizado: 17 de junio de 2025
A veces, reinaba de repente uno de esos súbitos silencios que el pueblo andaluz atribuye al involuntario respeto que infunde el invisible aleteo de un ángel que pasa; era más bien algún diablillo que llegaba, alguna dama famosa por cualquier concepto que traspasaba el dintel, obligando a la crítica a replegarse sobre sí misma, para estudiar el blanco sobre que había de disparar su metralla.
A estos hipérboles iba dando carrete (verdades pocas veces ejecutadas de su lengua), cuando, al revolver otra calle, pocas veces paseada a tales horas de nadie, oyeron grandes carcajadas de risa y aplausos de regocijo en una casa baja, edificio humilde que se indiciaba de jardín por unas pequeñas verjas de una reja algo alta del suelo, que malparía algunos relámpagos de luces, escasamente conocidos de los que pasaban. Y preguntóle al Cojuelo don Cleofás qué casa era aquella donde había tanto regocijo a aquellas horas. El Diablillo le respondió:
Un perrillo microscópico y feísimo salió de entre unas mantas al lado de la chimenea y comenzó a ladrar, retirándose después gruñendo y tiritando. Diole a Margarita miedo el feo animalejo. ¡Parece un diablillo malo! decía. Estaba el salón medio a oscuras, los muebles sucios y revueltos, y veíanse prendas de vestir sobre algunas sillas.
Contra hidalguía en verso dijo el Diablillo no hay olvido ni chancillería que baste, ni hay más que desear en el mundo que ser hidalgo en consonantes. Si a mí me hicieran merced prosiguió don Cleofás , entre Salicio y Nemoroso se habían de hacer mis diligencias, que no me habían de costar cien reales; que allí tengo mi Montaña, mi Galicia, mi Vizcaya y mis Asturias .
Todos los días, que gritase o que se resignase el chiquillo, Julián lo lavaba así antes de la lección. Por aquel respeto que profesaba a la carne humana no se atrevía a bañarle el cuerpo, medida bien necesaria en verdad. Pero con los lavatorios y el carácter bondadoso de Julián, el diablillo iba tomándose demasiadas confianzas, y no dejaba cosa a vida en el cuarto.
Luisa iba de un lado a otro, como un verdadero diablillo, atizando el fuego, partiendo los huevos sobre la sartén y haciendo surgir, en un abrir y cerrar de ojos, una tortilla. Nunca la joven se había mostrado tan dispuesta, tan alegre y tan linda.
Apenas avanzaron algunos pasos por una larga galería, el empleado que vigilaba esta sección dio una voz, y un muchacho descalzo, con ligereza de diablillo, saltó de puerta en puerta, descorriendo con gran estrépito los cerrojos. En la entrada de cada celda apareció un niño, cuadrándose con militar rigidez. Se examinaban con miradas oblicuas unos a otros, apretando los labios para sofocar la risa.
Se apiadó al enterarse de lo escasa que era su prole; sonrió un poco ante el entusiasmo con que el viejo hablaba de su hija, saludando á Fraulin Chichí como un diablillo gracioso; puso el gesto compungido al saber que el hijo le había dado grandes disgustos con su conducta.
Espérese, que se me está ocurriendo darle el dinero». Rosalía se sentó, y alegrósele el alma con estas palabras. Aquel diablillo que tenía delante y que le hacía mil muecas indecentes, tornose humano y aun agradable. «Son las dos y cuarto» suspiró la de Bringas sin poder dejar de sonreír, y encontrando una gracia particular en la boca grande y en la dentadura mellada de Refugio.
Palabra del Dia
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