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Alegrósele el alma con la vista del atajo, que a su derecha se columbraba, estrecho y pendiente, entre un doble vallado de piedra, límite de dos montes. Bajaba fiándose en la maña del jaco para evitar tropezones, cuando divisó casi al alcance de su mano algo que le hizo estremecerse: una cruz de madera, pintada de negro con filetes blancos, medio caída ya sobre el murallón que la sustentaba.

Alegrósele, empero, el alma cuando, tan sin traición y tan obligado, dentro se vio de aquel jardín, por el cual, y por alguna comunicación que acaso encontraría fácil, podría llegar hasta las plantas de aquella que tan sin alma le tenía, y sorprenderla tal vez melancólica y pensativa a impulsos del encendido amor en que él anhelaba ardiese; y sin más detenerse, hollando silenciosamente la blanca y menuda arena, que entre flores y plantas formaba calles y laberintos, fue a dar en un corredor cubierto de enredaderas, y como allí hiciese oscuro, prosiguió a tientas, y a poco halló a diestra mano una escalera, al cabo de la cual, y no a mucha altura, dio en un corredor, que le llevó derechamente a una mampara, y abriéndola hallose más a oscuras que antes; pero por la luz que se dejaba ver en unos como resquicios de puerta, yendo a ella abriola recatadamente, y quedose como extasiado y suspenso, que en un rico camarín, sentada, de espaldas a él, delante, de un espejo de Venecia, descubrió a doña Guiomar, que, con el tesoro de sus dorados cabellos se entretenía.

Espérese, que se me está ocurriendo darle el dinero». Rosalía se sentó, y alegrósele el alma con estas palabras. Aquel diablillo que tenía delante y que le hacía mil muecas indecentes, tornose humano y aun agradable. «Son las dos y cuarto» suspiró la de Bringas sin poder dejar de sonreír, y encontrando una gracia particular en la boca grande y en la dentadura mellada de Refugio.