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Los había de ellos que llevaban dos meses en la escuela y abrían desmesuradamente los ojos y se rascaban el cogote sin entender lo que el maestro quería decirles con unas palabras jamás oídas en su barraca. ¡Cómo sufría el pobre señor! ¡

Te lo juro, Mina de mi alma, rica mía, mi Mina; te lo juro y te lo rejuro.... Mírame a los ojos; así, a los ojos de adentro, a los de más adentro del alma... te juro, te retejuro que te adoro, con eso, con eso, con eso que ves aquí tan abajo, tan abajo.... Pero, mira, me vas a desnucar, se me rompe el cogote.

Ven acá, hereje y mal nacido; ven acá y huele, y dime si esto huele á capón relleno. Y asió á Cosme Aldaba del cogote, le llevó á la hornilla y le hizo meter casi las narices en la cacerola. Después le arrojó de y le plantó cuatro ó cinco cintarazos. Aldaba huyó dando gritos.

Eran un clérigo que parecía seglar y un seglar que parecía clérigo; mal afeitados los dos, peor el sacerdote, que mostraba el rostro lleno de púas negras ásperas; vestían ambos de paisano, pero como los curas de aldea; el alzacuello del clérigo era blanco y estaba manchado con vino tinto y sudor grasiento; el cuello de la camisa del otro parecía también un alzacuello; usaba corbatín negro abrochado en el cogote.

¡Vamo, hombre, no seas guasón! exclamó Celso, que por haber estado en el servicio militar tres años había llegado al pueblo hablando en andaluz. Á ti te molerán lo que tengas que moler, como á too María Santísima. ¡Si pensarás que te han de dar más arriba del cogote! Yo no dónde me darán, pero certifico ¡puño! que antes de darme he de dejar dormidos á muchos de ellos. , á fuerza de sidra.

No podía hablar de otro modo al maestro; pero el iba acompañado de un gesto grave, de una expresión de ingenuo respeto. Su familiaridad era semejante a la de los antiguos escuderos con los buscadores de aventuras. Torero desde el cuello al cogote, el resto de su persona tenía a la vez de sastre y ayuda de cámara.

A los ricos no les importa nada el porvenir, ni creen necesaria ninguna precaución para retardarlo. Tienen los ojos en el cogote, y si algo ven, es hacia atrás. Mientras los gobernantes surjan de su clase y tengan a su servicio los fusiles que pagamos todos, se ríen de las rebeldías de abajo. Además, conocen a la gente. Eso que dices repuso Salvatierra; conocen a la gente y no la temen.

Reiteraba, cada vez que un embajador iba a verla, su horrible y sanguinario juramento. Como es natural, al hermoso mancebo no le llegaba la camisa al cuerpo. Que se ponga cada cual en su caso. Hubiera dado el coche y los caballos por poseer otros dos ojos en el cogote.

No cabiéndole el susto en el corazón ni hallando sus pulmones aire bastante en el recinto de su despacho, salió en busca de su familia para desahogar con ella una parte siquiera de la angustia que le asfixiaba; pero no tuvo necesidad de recorrer mucho camino, porque a la mitad de él se tropezó con doña Juana, que venía buscándole, pálida, con la boca abierta, las manos sobre el cogote y los ojos extraviados.

¡Qué mil diablos estás diciendo ahí, muchacho! profirió don Melchor sujetando por el brazo a su sobrino y sacudiéndole. No puedo remediarlo, tío. Estoy enamorado hasta el cogote de su hermana Ventura. ¿Estás en tu juicio o entre dos aguas, rapaz? Hablo en serio... La quiero, y ella me quiere.