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Empeñose una discusión viva y acalorada; tanto más acalorada, cuanto que el que sostenía las ventajas de la plaza de Córdoba no conocía la de Valencia, y viceversa; el defensor de la de Valencia nunca había visto la de Córdoba, y bien sabido es que cuando faltan razones, sobran siempre gritos. En resumen: la disputa subió tanto, que llegó en forma de bofetadas a las mejillas de los contendientes.

«Dicen seguía escribiendo el defensor que me saludó por última vez con una de sus manos antes de que la inmovilizasen las ligaduras... Yo no vi nada. ¡No podía ver!... ¡Era demasiado para !...» El resto de la ejecución lo conocía de oídas. Continuaron sonando trompetas y tambores. Freya, atada é intensamente pálida, sonrió como si estuviese ebria.

Y añadía con un guiño significativo: Nada puede ser, nada debe ser original de los indios, ¿entiende usted? Yo les quiero mucho, pero nada se les debe alabar pues cobran ánimos y se hacen unos desgraciados. Otras veces decía: Yo amo con delirio á los indios, me he constituido en su padre y defensor, pero es menester que cada cosa esté en su lugar.

Pero la persona desconocida, que parecía estar allí para alegrar la casa, disipó la cólera del primero y secó las lágrimas de la segunda, mientras Lázaro, con la cabeza baja y humedecidos los ojos, permanecía inmóvil delante de sus jueces y de su defensor sin decir palabra, aunque á la verdad no era preciso, porque la joven le defendía muy bien sin desplegar gran elocuencia, ni emplear otros recursos que su claro y natural sentido, su acrisolado y generoso sentimiento.

Á pesar de esto, tenía el padre tal autoridad y discreción; era tan ameno en su trato y tan resuelto valedor y defensor de las mujeres, que gozaba de inmensa popularidad entre ellas, y era fervorosamente reverenciado, así de las jornaleras humildes como de las encopetadas hidalgas.

¡No conteste usted a esa pregunta! se apresuró a decir el presidente. Está bien expresó el defensor. ¿No es igualmente exacto que la testigo detestaba a todas las hijas de confesión del procesado, estableciendo con ellas una suerte de rivalidad? No conteste usted tampoco. Esa pregunta es tan impertinente como la otra.

Reprendióse a mismo por haber pensado siquiera en marcharse. Si la señorita necesitaba un amigo, un defensor, ¿en quién lo encontraría más que en él? Y lo necesitaría de fijo. La misma noche, antes de acostarse, presenció el capellán una escena extraña, que le sepultó en mayores confusiones.

¿Y hasta la muerte defensor del trono legítimo...? Del trono de Isabel II. ¿Pues qué? es usted.... Masón, señora. Al expresarse así, con la sonrisa en los labios, Salvador creyó que no merecía respuestas serias aquel interrogatorio impertinente. La momia estuvo a punto de deshacerse en polvo al oír la nefanda palabra.

Gasendo estuvo muy lejos de pensar esto, porque fué piísimo, de gran candor, y defensor acérrimo de la Religion Christiana; pero el deseo de gloria, el amor á la novedad en un tiempo en que no se tenia por hombre de provecho el que no inventase alguna cosa nueva, fué motivo de su extravío y extravagante resolucion de promover la Filosofía de Epicuro. Lo menos disonante que trabajó fué la Lógica.

Esta disculpa en favor de su tutor alivió á Mauricio, que hacía un momento se estaba haciendo aliado de Clementina y no bastante defensor de su padre adoptivo. Clementina decía: Usted juzgará de mi emoción cuando esta carta caída de su bolsillo y que está firmada por el señor Roussel, me reveló quién era usted.... ¿Luego usted me conocía? preguntó ligeramente Mauricio.