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Salvatierra aceptó la invitación, ya que ésta no contrariaba su sobriedad ascética, único lujo de su vida. «Vamos a ver los caballos». No le interesaban gran cosa, pero agradecía el buen deseo de aquella gente sencilla, ansiosa de mostrarle lo mejor de la casa. Atravesaron el patio, bajo el azote de la lluvia, seguidos por algunos perros que sacudían el agua de sus pelos lacios.

Esta obra, sin embargo, de índole puramente ascética, fué tan famosa y encontró en los lectores tan favorable acogida como todas las suyas anteriores. En el año de 1627 publicó La Corona trágica, poema histórico en defensa del honor de la desdichada María Estuardo, por cuya dedicatoria al papa Urbano VIII fué nombrado doctor en teología y caballero de la orden de San Juan.

Sin embargo, íbamos casi solos..... Los españoles tenemos pocos asuntos fuera de casa, y los que tenemos no nos interesan hasta el extremo de hacernos emprender largos viajes. Nuestra filosofía moruna, ascética, ó como queráis llamarla, da de esta magnánima indiferencia, tan deplorada por economistas y políticos, y tan aplaudida por otra clase de pensadores que miran las cosas desde más alto.

Es el caso dijo sin modestia el héroe que necesita uno condecorarse a propio, puesto que nadie se toma el trabajo de hacerlo. En cuanto a la entrada de este caballerito en la orden, venga en buen hora; pero sepa que los nuestros hacen vida ascética durmiendo en una tarima y teniendo por almohada una buena piedra. De este modo se fortalece el hombre para las fatigas de la guerra.

En la expresión de su fisonomía se observa que aquel libro ocupa su imaginación en las cosas eternas: la meditación piadosa hace bajar a ratos sus párpados, largos y casi transparentes, luego dirige hacia el cielo el globo pensativo de sus ojos. Su cara, un tanto ascética, está pálida; hay en ella las delicadas líneas de una perfecta hermosura moral.

Sería como de unos cincuenta y cinco años, de cabellos grises, bien afeitado y llevaba puesto un sombrero de copa de una forma algo eclesiástica; era en conjunto un hombre de aspecto más bien agradable, a pesar de sus delgados labios sensitivos y de su cara de una palidez ascética.

Y bien puedes estar seguro de que esta mi ciencia profana no se opone ni a la santidad ni a la pureza de la fe, ni a la perfección ascética y mística a que puedas elevarte. En suma, tantas y tales razones alegó el Padre Ambrosio, que el hermano Tiburcio hubo de quedar convencido, convirtiéndose en su más apasionado discípulo y en su más constante satélite.

Pasaron; fiera, altiva, su incontrastable garra ascética, terrible, en clavó la cruz, y tu gemido triste, que el corazon desgarra, sin recordar tu pena, al són de su guitarra, en la doliente caña, repite el andaluz.

No sentía la atracción de estas ocasiones extraordinarias. ¿Para qué hacer más compras?... ¿De qué servía tanto objeto inútil? Al pensar en la existencia dura que llevaban millones de hombres á campo raso, le asaltaban deseos de una vida ascética. Había empezado á odiar los esplendores ostentosos de su casa de la avenida Víctor Hugo. Recordaba sin pena la destrucción del castillo.

El padre Aliaga levantó la vista de sobre la alfombra y la fijó en la reina. Margarita de Austria sonreía; su sonrisa era la expresión de un contento íntimo, y aumentaba su dulce belleza. La mirada que el padre Aliaga fijó en la reina, era la perpetua mirada que el mundo conocía en él: reposada, tranquila, y aun nos atrevemos á decirlo: ascética.