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Actualizado: 14 de abril de 2025


La idea de que los excesos de la vida ascética eran como un lento y doloroso suicidio y de que rayaba en perversión el deformar y destruir en nosotros la más hermosa obra del Todopoderoso, este ser y esta forma de que el alma se reviste en la tierra, y que las mismas Sagradas Escrituras llaman templo del Espíritu Santo, había acudido a la mente del Padre, moviéndole a desistir de materiales mortificaciones.

Pero aun prescindiendo aquí de la vida activa de la Santa y hasta de los preceptos y máximas y exhortaciones con que se prepara a esta vida y prepara a los que la siguen, lo cual constituye una admirable suma de moral y una sublime doctrina ascética, ¡cuánto no hay que admirar en los escritos de Santa Teresa!

Pero ahora los tenía ante sus ojos; podía verlos de cerca.... No eran muchos: un destacamento de infantería y unas cuantas parejas de hulanos iban á escoltar á los deportados hasta otra estación algo lejana. Un jefe único vigilaba desde lo alto de su caballo los preparativos de marcha de este rebaño dolorido: un militar pálido y de una delgadez ascética.

Pero ni en la santidad del claustro hay espíritu tranquilo, y aunque no mundana, sino muy ascética, fray Venancio tenía una preocupación constante.

Y al decirlo, miraba al recién llegado al través de sus erizadas y salvajinas cejas, como el veterano al inexperto recluta, sintiendo allá en su interior profundo desdén hacia el curita barbilindo, con cara de niña, donde sólo era sacerdotal la severidad del rubio entrecejo y la compostura ascética de las facciones. ¿Y usted se llama Julián Álvarez? interrogó el marqués.

Ester no trataba de adquirir más allá de lo necesario para su subsistencia, siendo ésta de la naturaleza más sencilla y ascética que pueda darse en lo que á ella se refería; y para su niña, alimentos muy sencillos si bien con abundancia. Los vestidos que usaba eran hechos de las telas más bastas y del color más sombrío, con un solo adorno, la letra escarlata que estaba condenada á llevar siempre.

Aresti admiraba á Íñigo de Loyola como un ejemplar acabado de su raza, incapaz de ilusionarse por largo tiempo en cosas inmateriales, sacando instintivamente el poder y la riqueza de la santidad ascética, por la que habían pasado tantos otros con el cuerpo atormentado por la penitencia, comidos de parásitos, sin otra fortuna que la soga ceñida á los riñones.

Soñó en la paz de los monasterios, en la ascética fruición de la celda durante los días y noches del invierno, en la deliciosa somnolencia de los rezos en los coros obscuros, entre el olor eclesiástico de los viejos barnices, de la cera, del incienso. El brutal desengaño que sufriera, días antes, al presentarse en la reunión, habíale llenado el pecho de asco y rencor hacia los hombres.

Pero al fin, consolémonos de nuestro aislamiento en el rincón occidental, reconociendo en familia que nuestro arte de la naturalidad con su feliz concierto entre lo serio y lo cómico responde mejor que el francés a la verdad humana; que las crudezas descriptivas pierden toda repugnancia bajo la máscara burlesca empleada por Quevedo, y que los profundos estudios psicológicos pueden llegar a la mayor perfección con los granos de sal española que escritores como D. Juan Valera saben poner hasta en las más hondas disertaciones sobre cosa mística y ascética.

Los mas afamados eran dúplices ó mixtos; cada uno de ellos formaba como dos monasterios contiguos, uno de hombres, otro de mujeres, sin mas dependencia entre que la que los antiguos cánones habian establecido mandando que todo monasterio de religiosas estuviese sujeto en lo económico y administrativo á un abad nombrado por el obispo, á fin de que las monjas y su abadesa pudiesen libremente consagrarse á la vida ascética lejos de toda relacion y trato con la gente mundana.

Palabra del Dia

frailuco

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