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Las carretas de transportar tierra y cal eran más bastas y las movía un forzudo percherón, cuyos jaeces adornaban flecos de lana roja. Al ir de vacío rodaban con cierta dejadez, y al volver cargados, el conductor manejaba la fusta, el caballo trotaba animosamente y repiqueteaban las campanillas de la frontalera.

Sus facciones bastas y abultadas no carecían de hermosura, por la proporción y buen dibujo; hermosura de mascarón escultórico, miguel-angelesco, para decorar una imposta, ménsula o el centro de una cartela, echando de la boca guirnaldas y festones.

Sus manos algo bastas, sin duda a causa del trabajo, oprimían un lío de ropa seminueva, mal envuelta en un pañuelo rojo. Rojo era también el que ella en su cabeza llevaba, descuidadamente liado debajo de la barba a estilo de Madrid. ¿Con qué prenda se cubría? ¿Sotana, mantón, gabán de hombre?

Pregúntaselo a Estupiñá, pregúntaselo si lo dudas... a ver... Fortunata tenía las manos bastas de tanto trabajar, el corazón lleno de inocencia... Fortunata no tenía educación; aquella boca tan linda se comía muchas letras y otras las equivocaba. Decía indilugencias, golver, asín. Pasó su niñez cuidando el ganado. ¿Sabes lo que es el ganado? Las gallinas. Después criaba los palomos a sus pechos.

Doña Teresa Burguillos, que así se llamaba la dama, era de formas colosales y bastas; pero tenía en aquellos momentos cierta majestad en su actitud, la cual recordada á Minerva en el momento de detener la mano de Aquiles, pronta á desnudar el terrible acero clásico. El Agamenón de la Covachuela ofrecía un aspecto poco académico en verdad.

Era un hombre de facciones bastas, moreno, de fisonomía tan inteligente como sensual, labios gruesos, pelo negro y erizado, mirar centelleante, naturaleza incansable, constitución fuerte, si bien algo gastada por el clima americano.

Fortunata deseaba aprender; pero ni con la paciencia ni con la atención sostenida se desarrollaban sus talentos caligráficos. Estaban ya muy duros aquellos dedos para tales primores. El hábito del trabajo en su infancia había dado robustez a sus manos, que eran bonitas, aunque bastas, cual manos de obrera.

Don Modesto tenía que mudarse de zapatos cada vez que entraba a verla. Si Rosita hubiera tenido noticia de las chinelas, que se ponen en Bruselas los curiosos que van a visitar el palacio del príncipe de Orange, no hay duda que habría adoptado el mismo medio para preservar las bastas esteras de esparto que cubrían los rajados ladrillos del pavimento de su sala.

Ester no trataba de adquirir más allá de lo necesario para su subsistencia, siendo ésta de la naturaleza más sencilla y ascética que pueda darse en lo que á ella se refería; y para su niña, alimentos muy sencillos si bien con abundancia. Los vestidos que usaba eran hechos de las telas más bastas y del color más sombrío, con un solo adorno, la letra escarlata que estaba condenada á llevar siempre.