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Pero descuidad, que vuestras mejillas tendrán menos colorete y más bríos vuestra mano antes de que volváis á guareceros tras el guardapié de vuestra nodriza. De mi mano puedo deciros que está siempre pronta.... ¿Pronta á qué? Á castigar una insolencia, señor mío, replicó Roger, airado el rostro y centelleante la mirada.

El niño entonces vio una cosa terrible, una cosa que recordó años después y aun toda su vida: el hombre emboscado se incorporaba, con su único ojo centelleante y fiero; se echaba a la cara la formidable tercerola; se oía un espantoso trueno, voz de la bocaza negra; flotaba un borrón de humo, que el aire disipó instantáneamente, y al través de sus últimos tules grises el abuelo giraba sobre mismo como una peonza, y caía boca abajo, mordiendo sin duda, en suprema convulsión, la hierba y el lodo del camino.

Se quiere prescindir de la reflexion, pero se reflexiona sobre el esfuerzo mismo que se hace para prescindir de ella: nuestro entendimiento es una luz que se enciende por una parte cuando se la apaga en otra; la insistencia misma en apagarla suele hacerla mas viva y centelleante.

Cuando, al contrario, el sol desciende hacia occidente, el valle se oscurece y las sombras se extienden. Algunos objetos más elevados se hacen notar aún con sus reflejos de oro entre las nubes de púrpura; pero esas luces mortecinas no brillan en ninguna parte con más esplendor que sobre la superficie del río, que se precipita centelleante y lo envuelve todo en una amplia franja de fuego.

Alzando los ojos hacia las cumbres ven por encima de las nubes la centelleante blancura de nieves y de hielos, y su admiración es tanto más grande, cuanto que los campos inferiores presentan, por el tono uniforme y obscuro de los terrenos, extraño contraste con los picos blancos.

Dentro de la linterna centelleante y cálida, nada más que el constante chisporroteo de la llama, el ruido del aceite cayendo gota a gota, y el de la cadena que va desenrollándose, y una voz monótona, que salmodia la vida de Demetrio de Falerea. Mediada la noche, levantábase el torrero, examinaba por última vez sus mechas, y bajábamos.

Mi enemigo, agarrado por todas las manos, me dirigió una mirada centelleante de cólera. Luego la cambió por otra irónica, y dijo con aparente sosiego: Vamo, señore, suerten ustedes, que no ha pasao na... Bofetá más o menos, ¡qué importa! Le soltaron, pero sin dejar de observarle con inquietud. Apareció completamente tranquilo.

Estuvieron escuchando, conteniendo la respiración, con la vista fija en el rayo de luz azulada que descendía por una estrecha falla hasta el fondo de la caverna. Alrededor de aquella hendedura crecían algunas malezas salpicadas de escarcha centelleante; más arriba se divisaba la coronación de un antiguo muro.

También se armonizaba con las visiones azuladas del país entrevisto por el lago centelleante, que espejea en lo más recóndito de mi memoria. Sólo con escribir ese nombre de Starnberg, he vuelto a ver cerca de Munich la extensa superficie de agua, tersa, llena de cielo, familiar y viva por el humo de un vaporcillo que costeaba sus orillas.

Llevaba Juan Jerez en el rostro pálido, la nostalgia de la acción, la luminosa enfermedad de las almas grandes, reducida por los deberes corrientes o las imposiciones del azar a oficios pequeños; y en los ojos llevaba como una desolación, que solo cuando hacía un gran bien, o trabajaba en pro de un gran objeto, se le trocaba, como un rayo de sol que entra en una tumba, en centelleante júbilo.