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Después, otra vez el silencio, que parecía más imponente, más profundo, tras los truenos del bronce. Volvía a oírse el susurro de los palomos, y abajo, en el jardín, piaban unos pájaros, como enardecidos por el rayo de sol que reanimaba la verdosa penumbra. Gabriel sentíase conmovido. Se apoderaba de él la dulce embriaguez del silencio, de la calma absoluta: la felicidad del no ser.

Después, el señorito cogió de una mano a María de la Luz, y sacándola al centro del corro, rompían a bailar las sevillanas, con una gallardía que provocaba gritos de entusiasmo. ¡La grasia e Dió! exclamaba el padre rasgueando la guitarra con nueva furia. ¡Vaya una parejita de palomos!... ¡Eso es bailá!

En una habitación de las Claverías sonaba un martillo con repiqueteo incesante. Era el de un zapatero que Gabriel había visto, al través de los vidrios de una ventana, encorvado ante su mesilla. En el pedazo de cielo encuadrado por los tejados volaban algunos palomos, moviendo sus blancas alas como si bogasen en un lago de intenso azul.

Llegaron a Inhiesta a las ocho de la mañana, y detuvieron el carruaje en la única posada del pueblo. Esos palomos estarán en lo mejor del sueño dijo Novillo . Se me parte el corazón, considerando que tengo que cortar un idilio en flor. Pero yo no soy la voluntad; soy el brazo que ejecuta. Hay que concluir cuanto antes y volver a Pilares sin tardanza.

Y mientras decía esto, por no estar inactivo, cogía de un telar la cazuela llena de granos, lanzando con voz de falsete un ¡pul! ¡pul...! interminable, y arrojaba puñados al suelo, arremolinándose en torno de él las gallinas y palomos, escandalosas, agresivas, disputándose aquel maná con furiosos picotazos.

Don Juan estaba arriba, en los porches, dando de comer a los palomos y a las gallinas.

Aquellos tres oficiales, con sus uniformes; el príncipe, con un traje de calle azul obscuro; el médico, vestido de viejo, como siempre; Lewis, con un gran sombrero de paja, sin el cual no podía andar por su castillo, ¡y él envuelto en su levitón solemne, que parecía asustar á los palomos refugiados en los aleros y los muros ruinosos!...

Unos palomos se arrullaban sobre los arcos, cortando con el rumor de sus caricias las largas pausas de silencio. Tres colillas de cigarro estaban a los pies de Febrer, cuando sonó en el interior del templo un largo murmullo como de cien respiraciones contenidas que se exhalan al fin con un suspiro de satisfacción.

En lo alto, como bóveda del gran redondel, el cielo azul, infinito, sin la más leve vedija de vapor, cruzado algunas veces por una serpenteada fila de palomos, que aleteaban impasibles, sin dar importancia a la extraña reunión de tantos miles de personas. Eran las cuatro de la tarde y se impacientaba la gente.

Don Diego me tomó el dedo del corazón y, al fin, entre los cinco me levantaron, y al alzar las sábanas fue tanta la risa de todos viendo los recientes no ya palominos sino palomos grandes, que se hundía el aposento. Y mi amo, entendiendo hacerme bien, tanto tiró que me le desconcertó.