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Un brasero enorme de plata repujada, montado sobre una tarima del mismo metal, con una fila circular de geniecillos que sostenían este monumento, lo había convertido Febrer en dinero, vendiéndolo al peso.

Ana vio a la luz de la lámpara un rostro pálido, unos ojos que pinchaban como fuego, fijos, atónitos como los del Jesús del altar.... El Magistral extendió un brazo, dio un paso de asesino hacia la Regenta, que horrorizada retrocedió hasta tropezar con la tarima. Ana quiso gritar, pedir socorro y no pudo.

Hasta fray Anselmo las aprovechó, a pesar de haber anunciado que prefería una tarima y aun el duro suelo... ¡Estaban todos tan cansados! Pocos servidores tenía Pablo: un intendente general, un ayuda de cámara y un cocinero, tres viejos catarrosos, más gordos y reservados que canónigos, los cuales a su vez manejaban tres o cuatro galopines para los barridos y fregados.

Hizo entonces una pausada reverencia, adivinando, por detrás de la barandilla, doncellas y galanes que acababan de enmudecer. Por fin una voz exclamó: Lléguese vuesa merced a la tarima. Era Beatriz. Había que avanzar y avanzó; pero después de algunos pasos felices, llevose por delante una bandeja de metal donde vidrios y porcelanas se entrechocaron terriblemente.

Sentóse á la mesa, y habiendo oido decir que un vapor iba á partir para Barcelona, desapareció pocos momentos despues. Cuando fuí á bordo, al instalarme en un camarote, encontré al parsimonioso insular establecido en la tarima superior, tocándome la de abajo. Quise saludarle, á fuer de compañero de habitacion, pero no se dignó mirarme sino con la esquina de un ojo.

Entonces, recogiéndose apenas la falda con ambas manos, y mirándose ella misma los pies, púsose a repicar sobre el tapiz oriental un loco chapineo, tan recogido que hubiese podido bailarlo en un plato. Ella cantaba: Pisaré yo el polvico tan a menudico, y los que estaban en la tarima contestaban a un tiempo, al son de las guitarras: Pisaré yo el polvó tan a menudó.

En esto sonó el piano, que se alzaba sobre una tarima en medio del café, con la tapa triangular levantada para que hiciera más ruido; y empezó la tocata, que era de piano y violín.

A cada gesto picante, a cada mudanza difícil, estallaba en la tarima una brusca aclamación. Ramiro sentíase reducido, anonadado por aquel triunfo. Era un sentimiento imprevisto. Parecíale por momentos que su alma toda se iba también en pos de aquel faldellín, como el humo rastrero. Concluida la gallarda, todos pidieron, a una, el baile del polvillo.

Terminó el oficio, y los frailes lenta y silenciosamente abandonaron el coro y atravesaron como sombras los vetustos claustros, para internarse en sus celdas, a descansar breves momentos. Fray Baltasar, cabizbajo, penetró en su retiro y se recostó en la dura tarima que le servía de lecho; la fatiga y la tristeza pesaron sobre sus párpados y el sueño le proporcionó momentáneo alivio.

Cuando le llevaron desde la media naranja ó gradería al centro del teatro para que oyese su sentencia, estuvo haciendo piernas, i debiendo durante la lectura permanecer en pie sobre la tarima, á poco rato se sentó en ella.