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Es singular; no os demostraba, sin embargo, mucho cariño; hasta creía que os odiaba, y sin embargo, en el momento de perderos, demuestra por vos un cariño extraordinario. Su cabeza está perdida; no sabe lo que dice ni lo que hace. Se abrió la puerta de la sala y apareció el intendente en el corredor; estaba colorado, y tenía los ojos rojos de cólera.

En la caja de hierro dijo el aya. ¡No, no es cierto! exclamó el intendente, estremeciéndose de temor y de sorpresa. Mathys, Mathys, ¿por qué queréis engañarme? ¿No me queréis entonces permitir que os salve? ¡Ya no ni lo que digo! murmuró el intendente . , , Marta; está en el cofre.

Bebed un sorbo, os digo, esto os repondrá, mi buen amigo. El intendente miró a la condesa con sorpresa; había en el timbre de su voz y en su fisonomía algo tan suave y cariñoso, que no supo qué pensar y se preguntó si no ocultaría alguna celada bajo aquella amabilidad extraordinaria.

La cocinera hizo un gesto afirmativo, y viendo que Marta palidecía y temblaba, le murmuró al oído: No os alarméis, trataré de estar junto a la señorita hasta que se acabe este asunto. Y el intendente, ¿dónde está, Mariana, el intendente? exclamó la viuda. No está en el castillo; creo que ha ido al bosque a hablar con los aserradores.

Inició su carrera de escritor en "La Tribuna" y "El Nacional". En 1875 fue diputado al Congreso; en 1880 director general de correos y telégrafos; después de 1881 ministro plenipotenciario en Colombia, Austria, Alemania, España y Francia. En 1892 fue Intendente de Buenos Aires y poco después Ministro del Interior y de Relaciones Exteriores.

¿Máximo Odiot, el intendente que el señor Laubepin...? , señora. ¿Está usted bien seguro? ¡Cómo no, señora! perfectamente respondí sin poder contener una sonrisa. Arrojó una rápida mirada sobre la viuda del agente de cambio, y luego sobre la niña de severa frente, como para decirles: ¿Comprenden ustedes esto?

Exigidle la promesa de que no vaya a ver a la señorita al menos hasta dentro de tres o cuatro días. De esta manera evitaré el peligro de ser maltratada e injuriada por ella. ¡Mathys, sed complaciente, libradme de esta inquietud, os lo ruego! El intendente, conmovido por su mirada y por su acento, inclinó un momento la cabeza, y murmuró sonriendo: ¡Qué hechicera sois! Hacéis de lo que queréis.

Mathys, que parecía ciego de rabia, quiso detenerla; pero Federico dejó caer a Marta en brazos del notario, saltó sobre el intendente, lo asió por el cuello y lo arrojó con fuerza irresistible a la pared, mientras le gritaba fuera de : ¡Si das un solo paso te aplasto!

¡Esa Catalina! no le tengo mucha confianza, Marta. Es muy amable con vos, pero siempre le sonríe con afecto al intendente. Puede que sea una mala mujer. ¡Una mala mujer! repitió la viuda . Es la bondad y la abnegación misma; te quiere como si fueras su propia hija. Entonces, ¿la habéis transformado con vuestro incomprensible poder?

¿La condesa? exclamó el intendente. , la condesa. ¡Eso es imposible! Tengo pruebas que le impiden tramar algo contra . Poseéis un documento firmado por ella, ya lo . ¿Lo sabéis? murmuró el intendente estupefacto. La viuda aproximó su silla como para revelarle secretos importantes.