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Actualizado: 3 de junio de 2025


No topó con el suyo. Se dirigió a la catedral y se sentó sobre la tarima que había en medio del crucero, desde el coro a la capilla del Altar mayor. Apoyada la cabeza en la valla dorada, fría como un carámbano, la Regenta estuvo oyendo misa desde lejos, rezando oraciones que no terminaban y soñando despierta hasta que concluyó el coro.

En la segunda capilla del Norte, la más obscura, don Fermín distinguió dos señoras que hablaban en voz baja. Siguió adelante. Ellas quisieron ir tras él, llamarle, pero no se atrevieron. Le esperaban, le buscaban, y se quedaron sin él. Va al coro dijo una de las damas. Y se sentaron sobre la tarima que rodeaba el confesonario, sumido en tinieblas. Era la capilla del Magistral.

Escena que usted ha venido a interrumpir con su figura y sus aires modernistas dijo Elena sonriendo, pero con voz ligeramente cambiada. La hospitalidad es la única virtud que resplandece en los poemas griegos. Soy un pobre viajero que cansado y hambriento viene pidiendo una tarima donde descansar y pan para satisfacer su apetito.

En una de ellas, de dos a cuatro de la tarde, a la luz de un velón de tres mechas, y con los pies apoyados en la tachonada tarima de un brasero, comenzó Ramiro a escuchar las lecciones del nuevo preceptor que su madre acababa de escogerle por indicación del mismo padre franciscano. Llamábase Lorenzo Vargas Orozco y era canónigo lectoral de la Iglesia Mayor.

Por la noche subí á bordo del vapor «Cataluña». Al irme á acostar, hallé en la tarima superior de mi camarote un bulto con barbas rojas y cabellera crespa y rubia, que roncaba con la franqueza de un ciudadano libre. ¡Era mi Inglés!... Pero aquello era ya un progreso: el hombre renunciaba á su silencio absoluto, puesto que roncaba.

Escucha: vienes triste como de costumbre; yo estoy más alegre que suelo. ¿Por qué ese color pálido, ese rostro deshecho, esas hondas y verdes ojeras que ilumino con mi luz al abrirte todas las noches? ¿Por qué esa distracción constante y esas palabras vagas e interrumpidas de que sorprendo todos los días fragmentos errantes sobre tus labios? ¿Por qué te vuelves y te revuelves en tu mullido lecho como un criminal acostado con su remordimiento, en tanto que yo ronco sobre mi tosca tarima? ¿Quién debe tener lástima a quién?

Ya era cristiano Antonio Diego Sebastián; doña Celestina le había tomado de brazos del tío padrino, y sentada en la tarima de un confesionario, junto a una capilla, rodeada de aquellos amigos y curiosos, se entendía hábilmente con cintas y encajes para volver a sepultar bajo tanto fárrago de lino el cuerpo débil, flaco, de la criatura.

La familia estaba reunida en una habitación bastante espaciosa, y todo anunciaba la indigencia. Un anciano de aspecto respetable estaba acostado en un rincón sobre una tarima cubierta de paja, y a su lado una mujer, también vieja, le hacía beber un brebaje y volvía de cuando en cuando la cabeza para enjugar una lágrima.

El confesonario crujía de cuando en cuando, como si le rechinaran los huesos. El Magistral dio otra absolución y llamó con la mano a otra beata.... La capilla se iba quedando despejada. Cuatro o cinco bultos negros, todos absueltos, fueron saliendo silenciosos, de rato en rato; y al fin quedaron solos la Regenta, sobre la tarima del altar, y el Provisor dentro del confesonario. Ya era tarde.

Mientras ella despachaba sellos y cigarros, su tía permanecía junto al mostrador, en invierno haciendo calceta con el gato en la falda y puestos los pies en la tarima del brasero; en verano dormitando o abanicándose, y en todo tiempo celosa de que ningún comprador sostuviera conversación larga o palique peligroso con la chica, que ya exigía aquella vigilancia, porque según se iba desarrollando, aumentaba el número de los que la echaban chicoleos y flores, no siempre de aroma muy puro.

Palabra del Dia

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