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La vida es lo que duele y lo que enseña... La muerte para los buenos... para los perversos, lógica, lógica». Apenas se había acabado la tocata, entró doña Casta a decirle: «Maxi, la señora de Quevedo me ha llamado por la ventana del patio para decirme que le mande a usted subir un momento.

Detrás de esta tocata reinaba el augusto silencio del campo, como la inmensidad del cielo detrás de un grupo de estrellas. También se paseaba por aquellos andurriales, sin perder de vista el convento; iba y venía por las veredas que el paso traza en los terrenos, matando la yerba, y a ratos sentábase al sol, cuando este no picaba mucho.

Decíamos que estábamos cerca de la casa del hermano mayor, y esto bien fácil nos es conocerlo, porque distintamente llegan á nuestros oídos los ecos de la marcha de Pan y Toros, tocata ahora en boga en Filipinas, cual lo será Dios mediante, dentro de ocho ó diez años, la jota del Molinero de Subiza, ó la polka de Flama. Ya estamos á la vista de la casa.

En esto sonó el piano, que se alzaba sobre una tarima en medio del café, con la tapa triangular levantada para que hiciera más ruido; y empezó la tocata, que era de piano y violín.

Si vamos al comedor así, me da mamá una tocata... ¡Recontra qué tocata! Miguel, con quien no había de ir el asunto, se contentó con sacudirse un poco el polvo. Mira, vamos al cuarto de Eulalia, al piso segundo, y allí nos podemos lavar... Yo con estas manos no voy al comedor. En efecto, las manos de Enrique en aquella sazón no estaban visibles.

En los breves momentos que la tocata cesaba, oíase el canto de un mirlo silbando la frase del himno de Riego, lo único que del tal himno queda ya. En la calle de Mira del Río tocaba un pianillo de manubrio, y en la calle del Bastero otro, armándose entre los dos una zaragata musical, como si las dos piezas se estuvieran arañando en feroz pelea con las uñas de sus notas.