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Me dice que estaba usted muy apenado.... En cuanto a , ¡quede usted tranquilo!... Aprenda usted a vivir, y vaya usted conociendo a los hombres. ¡Esta ciencia de la vida, que es tan difícil y tan amarga!... ¡Valor, joven! De todo eso yo, que he pasado, y con mucha dificultad, por ese camino... ¡y nada de eso me sorprende! Conocí al padre de usted, era persona muy estimable....

Estaba yo apenado y triste. No me creía yo extraño en aquella casa, ni me sentía degradado al recibir de las pobres ancianas cuanto me era necesario; no; porque el afecto filial con que las veía, y el cariño maternal con que siempre me trataron, alejaban de mi ánimo toda idea mezquina y todo pensamiento humillante. Durante varios días estuve abatido.

Cuando acudimos a donde estaba mi amita, la encontramos: tan grande era su dolor, que los cariñosos padres no pudieron calmar su espíritu con ingeniosas razones, ni atemperar su cuerpo con los cordiales que traje a toda prisa de la botica. Confieso que, profundamente apenado, yo también, al ver la desgracia de los pobres amantes, se amortiguó en mi pecho el rencorcillo que me inspiraba Malespina.

entonces un ruido que hizo arder mi sangre, que anegó mi alma en un mar de amargura. El ruido de un beso, de un doble beso, y luego el llanto de Margarita, triste, apenado, como el de quien se separa de seres á quienes ama. Yo me precipité al postigo. No á qué. Pero un sueño de sangre había cruzado por mi pensamiento.

Miguel quedose grave y pensativo y le contestó: «Mientras estén en las manos me parece que no tienen mucha importancia; pero decir a mi padre que si salen en la cara es muerte segura, porque manifiesta que la sangre está corrompida; un tío mío se murió de esa enfermedadCon estas noticias se quedó Mendoza más apenado aún.

Y de nuevo en abrazo tembloroso sus agitados senos se juntaron, y en un beso infinito, silencioso, la amante esposa, el delirante esposo, de nuevo el pacto de su amor sellaron. Y ella le rechazó, que ya el estruendo más cerca y más distinto se sentia; y él, apenado, de dolor gimiendo, rápido se alejó, despareciendo por el lóbrego seno de la umbría.

A los siete años de edad sumiose en un mutismo melancólico, pasando horas enteras en algún escondite, las manos quedas y el rostro como apenado. Había algo de monstruoso en el contraste de sus tiernas facciones con el ceño de aquella frente cargada, al parecer, de adultos pensamientos. Desde temprano, su madre rodrigole en la dureza de implacable devoción.

«Por lo menos le contesté, líbrala del tormento de la espera e informa a nuestros padres, con miramientos, de tu situaciónAsí lo hizo: dos días después, papá, muy apenado, trajo la carta que a causa de mi juventud, todavía demasiado irracional, yo no debía leer. Esa carta tuvo sobre el ánimo de Marta una influencia que me asustó y me conmovió.

Izquierdo y el Pituso estaban también; el primero fingiéndose muy apenado de la separación del chico. Ya la fundadora había entregado el triste estipendio. «Vaya, abreviemos» dijo esta cogiendo al muchacho que estaba como asustado. ¿Quieres venirte conmigo? Mela pa ti... replicó el Pituso con brío, y se echó a reír, alabando su propia gracia.

Se desfiguraba el buen caballero español, de santa ira, la cual, como apenado luego de haberle dado riendas en tierra que al fin no era la suya, venía siempre a parar en que don Manuel tocase en la guitarra que se había traído cuando el viaje, con una ternura que solía humedecer los ojos suyos y los ajenos, unas serenatas de su propia música, que más que de la rondalla aragonesa que le servía como de arranque y ritornello, tenía de desesperada canción de amores de un trovador muerto de ellos por la dama de un duro castellano, en un castillo, allá tras de los mares, que el trovador no había de ver jamás.