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Actualizado: 13 de junio de 2025


Que no esté sentada todo el día; que camine; que se mueva; que salga por aquí, que vaya a la salita. La inmovilidad es perjudicial; que ande, que camine hasta donde pueda. Pronto será completa la parálisis. Don Crisanto me vió tan apenado, que me puso una mano en el hombro y me dijo cariñosamente: Muchacho, no te asustes, no te acongojes.... Y, vamos, dime: ¿qué tal andamos de dinero?

Y así, ensimismada en sus pensamientos, y la bella color trocada, y el semblante grave y apenado, estúvose inmóvil una gran pieza, hasta que de improviso alzose, y sus ojos ardieron, y hacia el jardín se volvieron, que a él daban las ventanas de la sala, como si a través de las paredes ver hubiera querido lo que en el sombroso cenador del jardín pasaba, y hacia la puerta fuese rápida; y antes de que a ella llegara, abriose la mampara y apareció Florela, la fiel doncella, toda descompuesta y airada, y tan pálida, que un viviente cadáver parecía.

Miguel lloraba y reía a un mismo tiempo. En otra ocasión el hijo del brigadier, que dormía en la misma sala que Mendoza, se levantó por la noche, y con un pedazo de nitrato de plata que se había procurado, le pintó las manos mientras se hallaba dormido. Al día siguiente Mendoza le preguntó muy apenado lo que serían aquellas manchas.

Su inteligencia infantil no podía darse cuenta de que un ser tan hermoso aborreciese a quien no le había hecho ningún daño, y persistió cándidamente en su amor platónico. Mas a la postre no tuvo más remedio que percibir que se le declaraba la guerra, ¡guerra bien injusta por cierto, y bien desigual! Sintió las espinas de aquella rosa espléndida, y quedó confuso y apenado.

Ellos lo inventaron y todos lo darán por cierto, y lo creerán, y dirán, como yo lo he oído de labios de las Castro Pérez, que la cosa es hecha, y que nos casaremos Gabriela y yo dentro de pocos meses. Espero, Linilla mía, que no darás oído a las murmuraciones villaverdinas. Te confieso que tales embustes me tienen apenado. ¡Qué dirá el señor Fernández si llega a saberlos!

La de Arturo estuvo en peligro durante mucho tiempo; por espacio de dos meses se desesperó de salvarle, y cuando recobró la salud, su fortuna, sus esperanzas, las de su tío, todo se hundió en tres días, al hundirse la monarquía de Carlos X. El obispo no pudo resistir este desastre; enfermo y apenado, quiso seguir a la corte en su destierro, pero no pudo.

Era necesario arreglar aquello en seguida, sincerarse, pedir disculpa, «hacer las paces». Yo no pensaba si tenía o no razón. ¿Qué importaba esto? Lo importante, lo abrumador para era que se había quedado triste y serio, melancólico y apenado en mi compañía, que fué siempre su mayor alegría.

Pero ¡ay! no pude contemplarla. Seguí adelante, y seguí dulcemente impresionado. Me parecía que oía yo detrás de el ruido de la ondulante falda de muselina. No tuve valor para volver el rostro. ¿Por qué en aquel momento pensé en Matilde, la dulce niña de mi primer amor? ¡Ay! ¿por qué creí ver delante de un rostro apenado, lloroso y dolorido, el rostro de Angelina?

Palabra del Dia

lanterna

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