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Los disparates que yo decía los recuerdo como se recuerdan los de las novelas que uno ha leído de niño; y ahora me río de ellos, y calculo cuánto se reirían los demás. ¿Te acuerdas ?». Fortunata respondió que con la cabeza. No le quitaba los ojos, siguiendo atentamente sus movimientos por ver si se descomponía, y estar preparada a cualquier agresión.

Un vapor trasparente y azulado llenaba todo el espacio y descomponía y borraba los contornos de los objetos dejando en ellos únicamente el color, y á veces sólo la mancha. Allá en los rincones del valle todavía se observaban algunos jirones de niebla, algunos pedazos blancos de muselina que no consiguieron levantarse y que se movían temblorosos entre el amarillo follaje de los árboles.

Entonces, sólo entonces se descomponía un poco; dejaba los ademanes acompasados, suaves, académicos, y encogía las piernas, se bajaba como un cazador en acecho, para disparar sobre el argumento contrario, daba palmadas rápidas, sin medida sobre el púlpito, se arrugaba su frente, se erizaban las puntas de acero que tenía en los ojos, y la voz se transformaba en trompeta desapacible y algo ronca.... Pero ¡ay! esto era perderse.

Algunas raras veces solía mostrarse amable y retozón, pero muy pronto caía en un acceso sombrío de bilis: gustaba de la soledad y pasaba largas horas acostado en las inmediaciones del cementerio, como si ya sintiese la nostalgia de la tumba. Sobre todo, le descomponía, le ponía fuera de el sonido de la flauta de Regalado.

Un doble toldo nos preservaba del sol, mas no de las brisas marinas que acariciaban los festones de la lona y de la potente luz de los trópicos que descomponía sus rayos en las talladas copas.

Pero, señor, su posición, su fortuna... Señor, yo estoy en la calle, en la última miseria; me han arruinado, señor, usted lo sabe bien al decirme esto, el rostro de don Eleazar se descomponía de tal manera que infundía la más profunda lástima.

«Después me atacó lo que yo llamo la Mesianitis... Era también una modificación cerebral de los celos. ¡El Mesías... tu hijo, el hijo de un padre que no era tu marido! Empezó por ocurrírseme que yo debía matarte a ti y a tu descendencia, y luego esta idea hervía y se descomponía como una sustancia puesta al fuego, y entre las espumas burbujeaba aquel absurdo del Mesías.

Tan enamorada estaba Isabelita de su tesoro de cachivaches, que lo reservaba de todo el mundo, hasta de su mamá; pues esta se lo descomponía, se lo desordenaba, y parecía tenerlo en poca estima, pues alguna vez le dijo: «No seas cominera, hija. ¿Qué gusto tienes en guardar tanta porquería?». La única persona a quien ella consentía poner las manos en el tesoro era su papá; pues este admiraba la paciencia de la niña y le alababa el hábito de guardar.

El mundo era de su hijo, porque él era el de más talento, el más elocuente, el más sagaz, el más sabio, el más hermoso; pero su hijo era de ella, debía cobrar los réditos de su capital, y si la fábrica se paraba o se descomponía, podía reclamar daños y perjuicios, tenía derecho a exigir que Fermo continuase produciendo.

Mirado de medio abajo, parecía tenedor, o compás con dos piernas largas y flacas; su andar, muy despacio; si se descomponía algo, se sonaban los huesos como tablillas de San Lázaro; la habla, ética; la barba, grande, por nunca se la cortar por no gastar; y él decía que era tanto el asco que le daba ver las manos del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de los otros.