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Con la contemplación de éstos y otros cuadros á cual más sencillo, su lectura favorita adquiría para él cada vez mayor encanto; y hasta las tiernas églogas de Garcilaso le parecían la expresión más fiel de la verdad, y todos los recuerdos de todos los patriarcas descritos hasta entonces le asaltaban las mientes, y veía los trasuntos de todos los cuadros pastoriles del siglo de oro, y hasta sentía el calorcillo de sus venerandos y rústicos hogares; y tal era el dominio que sobre él ejercían estas ideas, que, fingiéndose extraviado, sorprendía á un vecino comiendo; entraba en la choza de otro cuando, sentado éste al frente del grupo de su familia, rezaba el rosario antes de acostarse; pedía aquí candela, más allá un guía, y por dondequiera aliviaba la miseria, complaciéndose en dejar oculta una moneda de plata, ya en el regazo de un niño que jugueteaba arrastrándose á la puerta de su casa, ya sobre el poyo de la cocina.

Movida de otro impulso, se quitó la gorra que aprisionaba sus cabellos, que cayeron sobre sus espaldas, ricos, negros, con una mezcla de luz y sombra en su abundancia, comunicándole al rostro todo el encanto de una suave expresión. Jugueteaba en los labios y brillaba en los ojos una tierna y radiante sonrisa, que parecía tener su origen en su femenino corazón.

La casa estaba vacía. Los sirvientes iban y venían, como asombrados, también ellos, de no tener ya que reportarse. Habían abierto todas las ventanas y el sol de mayo jugueteaba libremente en las habitaciones, en las cuales cada cosa estaba en su sitio. No era el abandono, era la ausencia. Suspiré. Calculé lo que aquella ausencia debía durar. Dos meses.

eres un espíritu superior, y ciertas preocupaciones no te conmueven. No dudes de que ha muerto. Vi su cadáver en una mesa de la clase de disección. ¡Ah, la Suerte! La diosa malvada y caprichosa!... ¡Hasta el último momento jugueteaba con él! Terminaba el invierno. La tarde parecía de primavera, con su cielo azul y límpido y su sol de dulce tibieza.

Aparecía con frecuencia cerca de la verja una niñera alemana cuidando de un chiquitín peliblanco y cabezudo, que jugueteaba a gatas sobre la alfombra con un osezno de peluche. Al verla, los muchachos sonreían con repentina confianza. Era de su misma clase social, y esto bastaba para desatar las lenguas e iluminar los ojos con el fulgor del deseo.

Rafael voceaba en la puerta del salón para que trajeran pronto el café a sus dos amigos, y Juanito, a falta de mejor ocupación, jugueteaba con la traviesa Miss, cuyos movimientos iban acompañados por el repicante cascabeleo de su pequeño collar. Don Juan, hundido en su butaca, con la nariz cada vez más roja y el cigarro apagado entre los labios, seguía sonriendo beatíficamente.

Tenía más dinero que Alicia y su representante: podía resistir, y acabaría por vencerlos. El príncipe se fué al bar, entreteniéndose en beber lentamente dos mixturas americanas, dulces y amargas al mismo tiempo, muy cargadas de alcohol. Quería embriagarse un poco, para sentirse al mismo nivel de aquella mujer que tan desesperadamente jugueteaba con la suerte. Se vió solo.

Había bajado la cabeza, y en su turbación jugueteaba con las puntas del delantal, avergonzada como una niña que se da cuenta de pronto de la significación de su sexo y escucha el primer requiebro. El domingo siguiente, Febrer fue por la mañana al pueblo.

Deslizaos detrás de esa madreselva que rodea esa hermosa palmera con sus guirnaldas purpuradas... ¡Veis!... ¡Santo Dios! ¡es la monja! ¡es el gitano! Un pálido y débil rayo de luna jugueteaba sobre el encantador grupo.

Las inquietas llamas, moviéndose de un lado para otro, agitaban como abanicos los faldones del frac, los bajos de blanca muselina y las cintas de raso de los bebés. El fuego jugueteaba como una fiera con sus víctimas antes de devorarlas.