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Acostumbrado el sacerdote a adivinar el estado de ánimo de los públicos, aceleraba sus gestos, llevaba la ceremonia a todo galope mascullando frenéticamente sus latines, reanudándolos antes de que terminase sus respuestas el ayudante con sotana negra. Este ayudante era don José, el cura español, encogido, humilde, para ganarse las simpatías de las señoras que admiraban al abate.

Me dieron sendos apretones de manos, que me hicieron ver las estrellas; y mientras volvían a sentarse, a mis ruegos, y me sentaba yo también a los de mi tío entre él y el señor Cura, continuó diciendo el primero, señalando al segundo: El señor don Sabas Peñas, párroco de este pueblo desde que cantó misa... ¡ya hace fecha! porque te advierto que no baja una peseta de los tres duros y medio... Se los llevo bien contados... Buen amigo, buen cumplidor de sus deberes, eso , y muy docto en latines de todas clases... y en poner una bala en el corazón de un oso sin que le tiemble el pulso... No se le conoce otro vicio.

Pasado el gran acontecimiento de la venida del P. Enrique; luego que no quedó en el pueblo nadie que no le viese, satisfaciendo así la curiosidad; luego que le oyeron predicar en la parroquia y no hallaron que sus sermones fuesen más bonitos que los de otro Padre, sino más fáciles, más pedestres, más sencillos y con menos latines; y luego que vieron que el P. Enrique ni contaba chascarrillos ni jugaba al billar ni a la malilla, ni era más entretenido que otro cualquiera, todo Villafría entró de nuevo en su estado normal.

El bizarro y extraño nombre de Socarrao me admiraba algo, y de ello se apercibió el pescador. Son motes, caballero; apodos que aquí tenemos, lo mismo los hombres que las barcas. Es inútil que el cura gaste sus latines con nosotros; aquí quien bautiza de veras es la gente.

Iba el loco por las calles cubierta la cabeza con un bonete rojo: decíase predicador apostólico y canónigo de santa Catalina; acompañábale por lo general otro postulante, y en el lugar donde le parecía conveniente se detenía, y ya sobre una piedra ó encaramado en una ventana ó en otro lugar semejante alzaba el grito, no tardando en verse rodeado de un numeroso grupo de gente desocupada y maleante, la cual, si bien celebraba sus dichos, solía con frecuencia interrumpir los macarrónicos latines y los panegíricos de don Amaro, que contestaba con donosas puyas y desvergüenzas á sus interruptores, ó bien harta ya su paciencia, salía corriendo tras alguno armado de un par de piedras ó de un palo, sin que nunca, sin embargo, se diera el caso de agredir á nadie.

El P. Jacinto se abstenía de echar latines cuando hablaba á las mujeres; pero no podía menos de citar en romance, siempre que se dirigía á damas de distinción, hechos, personajes y sentencias de la antigüedad clásica y de las Sagradas Escrituras.

¿Lo ves? saltó aquí el hombrazo, con un vozarrón que aturdía. ¡Ya sacastes la pata!... ¡ya la jicistes! ¿En qué? preguntó mi tío, fingiendo extrañeza, mientras el Cura reía a borbotones y lanzaba latines y yo no sabía qué pensar de todo aquello...

Doña Celestina dijo Reyes con voz melosa, humilde, apenas perceptible, con ánimo de que el señor cura y su acompañamiento no dieran una interpretación heterodoxa a sus palabras ; doña Celestina, haga usted el favor de arrimarse a este rincón, porque ahí está usted en la corriente. Déjeme usted a , D. Bonifacio. El delegado del párroco empezó sus latines, que Bonifacio entendía a medias.

»En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer, de manera que venga a pelo, algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o, a lo menos, que os cuesten poco trabajo el buscalle; como será poner, tratando de libertad y cautiverio: Non bene pro toto libertas venditur auro.

Desde Santurroriaga me mandó a pedir ciertos papeles: su fe de bautismo, las partidas de muerto de sus padres... qué yo, algunos documentos tenía ella...; yo no estuve delante si le dijeron los latines, ni fui padrino; ¡y la grandísima necia descastada, viene luego a Madrid, recoge cuatro trastos de mi casa; y abur! Yo no he de pedirle ni agua, ni quiero meterme en su vida privada.