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, está reluciente como la aurora. ¡Por la cabeza de Hércules! No tiene ni un solo arañazo en la cara. ¿Cómo es eso, Pablo? Desde el primer momento sintió por un profundo afecto, como si yo fuera su marido. Cuando cargué con ella, pareció sentirse muy feliz, y se abrazó a mi cuello con tanta fuerza, que por poco me ahoga. Tiene las manos finas, pero extremadamente fuertes. ¡Vaya una suerte!

Tuve una inspiración. Comprendí que delante de nuestros pasos se abrían dos sendas: la del presidio, la de la gloria. Cargué en mis hombros a mi pobre hermanito, lo mismo que hoy cargo a la Nela, y dije: «Padre nuestro que estás en los cielos, sálvanos»... Ello es que nos salvamos. Yo aprendí a leer y enseñé a leer a mi hermano.

614 En cuanto trastabilló más de firme lo cargué, y aunque de nuevo hizo pie lo perdió aquella pisada; pues en esa atropellada en dos partes lo corté. 615 Al sentirse lastimao se puso medio afligido, pero era indio decidido, su valor no se aquebranta; le salían de la garganta como una especie de aullidos.

Dirá que es mujer legítima... ¡Humo! Todo queda reducido a unos cuantos latines que le echó el cura, y a la ceremonia, que no vale nada... Esto que yo tengo, señora mía, es algo más que latines; fastídiese usted... Los curas y los abogados, ¡mala peste cargue con ellos!, dirán que esto no vale... Yo digo que vale; es mi idea. Cuando lo natural habla, los hombres se tienen que callar la boca».

¿Y qué más puede haber? ¿Dicen también que el señorito don Pedro sale a robar a los caminos? ¡Canalla de incircuncisos ésos, sin más Dios ni más ley que su panza! Aseguran que la noticia viene por persona de la misma casa. ¿Eeeeh? Cargue el diablo con el viento. Que la noticia viene por persona de la misma casa de los Pazos.... ¿Ya me entiende usted? Y don Eugenio guiñó el ojo.

A lo cual respondió el soldado: La estrena no será mala; porque estoy de ganancia, y soy enamorado, y tengo de hacer hoy banquete a unas amigas de mi señora. Pues cargue vuesa merced a su gusto; que ánimo tengo y fuerzas para llevarme toda esta plaza, y aun si fuere menester que ayude a guisarlo, lo haré de muy buena voluntad.

Y mientras tanto continuó, ¿qué hacía el general Nogueras? Figúrate, muchacho, que le habían hecho creer que Cabrera no era más que un cabecilla de mala muerte, un estudiante, un teólogo que no sabía palabra del arte de la guerra. Así que, tomando el anteojo, me entiende usted (el cura hacía ademán de aplicárselo al ojo derecho), dijo a sus ayudantes: «Muchachos: el seminarista se atreve a presentarnos batalla con los desharrapados que le siguen; es necesario darle una lección muy dura para que en su vida vuelva a ponerse delante de un general españolEn seguida, me entiende usted, da sus órdenes y dispone el ataque. Suena el toque de fuego, ¡pin! ¡pan! ¡pun! de aquí, ¡pin! ¡pan! ¡pun! de allá... ¡pom! ¡pom! suena la artillería de los liberales. La de los carlistas, callada esperando la ocasión... Los liberales parece que llevan ganada la batalla, y avanzan... En esto el general Nogueras, que seguía contemplando con su anteojo el combate, mientras charlaba y reía con sus ayudantes, se pone serio de pronto... «¡Rayos y truenos! ¿Qué es lo que veo?... ¡La vanguardia del ejército envuelta! ¿De dónde mil rayos ha salido esa tropa? ¿Qué caballería es aquélla?... A ver, uno de ustedes, a enterarse de por qué retroceden los batallones de cazadores... Que cargue la caballería... ¿Dónde está?... ¡Si tiene cortado el paso!... ¡Los planes de este seminarista ni yo los entiendo, ni el diablo que lo lleve tampoco!»... En esto llega un ayudante gritando: «Mi general, escape V. E. a uña de caballo, porque estamos envueltos y vamos a caer en las manos de CabreraEl general Nogueras, acto continuo, pone espuela al caballo, diciendo: «¡Qué cabecilla ni qué barajas!... ¡

Dadle una copa de aguardiente dijo el doctor. No; prefiero fumarme una pipa. ¿Dónde está tu pipa? En el chaleco. Bien; aquí la tienes. ¿Y el tabaco? En el bolsillo del pantalón. Pues cargue usted la pipa, Despois. Este hombre tiene valor; ¡muy bien! Da gusto ver hombres de corazón. Vamos a cortarle el brazo en dos tiempos y tres movimientos.

Es que cuando mi señor D. Alonso y los oficiales del Santa Ana creen que el Rayo entrará esta noche, por fuerza tiene que entrar. Ellos que lo dicen, bien sabido se lo tendrán. Si no, ahí tienes al jefe de toda la escuadra, Mr. Corneta, que cargue el diablo con él. Ya ves como no ha tenido ni tanto así de idea para mandar la acción. ¿Piensas que si Mr.

Que conste... Yo la perdí... ... que conste también; es preciso que cada cual cargue con su responsabilidad... Yo la perdí, la engañé, le dije mil mentiras, le hice creer que me iba a casar con ella. ¿Has visto?... ¡Si seré pillín!... Déjame que me ría un poco... , todas las papas que yo le decía, se las tragaba... El pueblo es muy inocente, es tonto de remate, todo se lo cree con tal que se lo digan con palabras finas... La engañé, le garfiñé su honor, y tan tranquilo.