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Dimmesdale, observaron que jamás mostró tanta energía en su aspecto y hasta en su modo de andar, como la que desplegaba en la procesión. Su pisada no era vacilante, como en otras ocasiones, sino firme; no iba con el cuerpo casi doblado, ni se llevaba como de costumbre la mano al corazón.

Aquella fiesta dejó en el espíritu de Lorenzo, de Ricardo y aun de Rufino, una penosa impresión que se trasmitieron mutuamente mientras Melchor, que la había engendrado, tomaba el baño que todas las tardes le preparaba Ramona. Yo no me debo meter, niño; pero, en mi sentir, don Melchor va mal decía Rufino, y diga que don Baldomero no le pierde pisada...

Dispuso este virrey, bajo pena de cárcel y multa, que nadie pintase cruz en sitio donde pudiera ser pisada; que todos se arrodillasen al toque de oraciones; y escogió para padrino de uno de sus hijos al cocinero del convento de San Francisco, que era un negro con un jeme de jeta y fama de santidad.

Cuando terminaban las fiestas y Sóller recobraba su plácida calma, el pequeño Jaime pasaba los días correteando por los naranjales con Antonia, la vieja madó Antonia de ahora, que era entonces una mujerona fresca, de blancos dientes, curvo pecho y pisada fuerte, viuda a los pocos meses de matrimonio y perseguida por las miradas ardorosas de toda la payesía.

Ramiro escucha esos quietos rumores de la ciudad adusta y monacal, el canto de un gallo, el tañido de una campana de monasterio, la menuda pisada de un borrico en las losas. La calentura le martilla las sienes. En medio de la estancia, sobre un taburete, hay un pebetero encendido.

Era una sombra de las grandes huestes Que de Mendoza al Ecuador partieron, Y que del grande San Martin siguieron Por entre abismos la pisada audaz; Era un guardian de la ignorada tumba De los caidos sin legar su nombre, Que esperaba á los héroes de renombre Para dar á otro mundo la señal.

Después de todo era acaso un purpurino rayo de sol que jugueteaba entre las ramas... Vuelta en , la joven declaró valientemente que quería continuar el paseo, pero en el momento de montar a caballo vio una cosa que relucía en la hierba pisada. Era la crucecita regalo de la tía Liette.

Llegó la media tarde, sombría, oscura, tétrica y como preñada de horrores para cuantos la contemplaran con ojos como los de mis recelos. Ni nevaba ni ventaba ya, ni se oía una voz, ni una pisada ni un golpe, ni a la casona ni al pueblo se encaminaba alma nacida por ninguna senda de las visibles.

Se llama en seguida al rastreador, que ve el rastro y lo sigue sin mirar sino de tarde en tarde el suelo, como si sus ojos vieran de relieve esta pisada, que para otro es imperceptible.

Todos le tratan con consideración: el pobre, porque puede hacerle mal, calumniándolo o denunciándolo; el propietario, porque su testimonio puede fallarle. Un robo se ha ejecutado durante la noche; no bien se nota, corren a buscar una pisada del ladrón, y encontrada, se cubre con algo para que el viento no la disipe.