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Tuve una inspiración. Comprendí que delante de nuestros pasos se abrían dos sendas: la del presidio, la de la gloria. Cargué en mis hombros a mi pobre hermanito, lo mismo que hoy cargo a la Nela, y dije: «Padre nuestro que estás en los cielos, sálvanos»... Ello es que nos salvamos. Yo aprendí a leer y enseñé a leer a mi hermano.

Porque Dios quiso, y ciego será quien no lo vea. Metióme en mayor curiosidad esta respuesta, y rogué al valiente pescador que me contara el suceso. Resistióse á complacerme, con bruscas evasivas, y entonces tomó parte en la conversación el Tuerto, y me dijo: Verá usté lo que pasó, señor, porque juntos nos salvamos los dos.

Me dispuse a obedecer, intenté persuadir a mi amo de que él también debía transbordarse al Rayo por ser más seguro; pero ni siquiera quiso oír tal proposición. «La suerte dijo , me ha traído a este buque, y en él estaré hasta que Dios decida si nos salvamos o no. Álava está muy mal; la mayor parte de la oficialidad se halla herida, y aquí puedo prestar algunos servicios.

Puestos nuevamente en locomoción, merced á la fogosidad de dos magníficos caballos que enganchó Ciriaco, continuamos nuestro camino, á una hora, en que no solamente molestaba el polvo, sino que también un calor sofocante. Sin nada que de citarse sea, y después de cruzar el río Taguan, dimos vistas á Tiaong. En tres horas salvamos los 27,50 km. que separan á Tiaong de Sariaya.

Con la platita que salvamos de la quema, compramos vacas. Tenemos como tres mil. Y dice Ricardo que pronto se harán cinco o seis mil.

Cuando salvamos la barra y aparecieron las risueñas riberas de Paulliac, con sus castillos bañados por el último rayo de sol, sus viñedos trepando alegres colinas... la hermana de caridad llevaba sus dos manos al pecho, oprimía la cruz y levantando los ojos al cielo, rendía la vida en una suprema y muda oración... Cuando la noticia, que corrió a bordo apagando todos los ruidos y extinguiendo todas las alegrías, llegó a mis oídos, sentí el corazón oprimido, y mis ojos cayeron sobre estas palabras de un libro de Dickens, que, por una coincidencia admirable, acababa de leer en ese mismo instante: «No es sobre el suelo donde concluye la justicia del cielo.

En breve salvamos los Montes de Toledo por una de sus mejores abras, y nos hallamos en plena Mancha, en la grande hoya ó planicie que tiene por centro al rio Guadiana, comprendida entre las serranías de Toledo y Morena, y prolongándose por la Estremadura, al occidente, hácia Portugal.

En él nos cuenta cómo iba aquel día entre los árboles y los mármoles, rememorando nombres amados como ante la tumba de su hijo, o la tumba de los que habían estado con él, o contra él, en las luchas violentas de sus días viriles, como aquel Vélez Sarsfield ante cuya tumba exclama: «¡Bravo viejo!: anduvimos juntos muchas jornadas memorables; salvamos, tomados de la mano, abismos que se abrían bajo nuestras plantas, y llegamos al término diciéndonos adiós, satisfechos ambos de haber obrado bien, y legado a nuestra patria páginas de historia sin manchaAsí marchaba por entre los mármoles y los árboles, hablando a los muertos con familiaridad pagana, y con la sobrehumana serenidad de un héroe ya muerto él mismo, que transitara entre las sombras del Hades... Cuando, de pronto, he aquí que se detiene frente a la tumba de Juan Facundo Quiroga, y a propósito escribe estas bellas y nobles palabras, dignas ciertamente de un filósofo antiguo: «Por entre sus columnas se divisan ya, aun antes de entrar, urnas cinerarias, sepulcros, columnas y sarcófagos, y la bella estatua del Dolor, que vela gimiendo sobre la tumba de Facundo, a quien el arte literario más que el puñal del tirano, que lo atravesó en Barranca-Yaco, ha condenado a sobrevivirse a mismo y a los suyos, a quienes no transmite responsabilidades la sangre.

¡Jesús, María y José!, ¡qué horror! exclamó mi ama . ¿Y se salvaron? Nos salvamos cuarenta en la falúa y seis o siete en el chinchorro: éstos recogieron al segundo del San Hermenegildo. José Débora se aferró a un pedazo de palo y arribó más muerto que vivo a las playas de Marruecos. Los demás... y en ella cabe mucha gente.

Cuando por el contrario, si decís que vuestra mujer es honrada y buena, y que os satisfacen las razones por qué se salió de vuestra casa con vuestra hija y con vuestro dinero, nos salvamos todos. ¿Yo?... ¿cómo me salvo yo? Recobrando vuestro dinero, que de otra manera no recobraríais, y entorpeciendo con él las ruedas del carro de la justicia, á fin de que eche por otro camino.