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Juan anda como en un sueño. Apenas se atreve a fijar sus miradas en Gertrudis; un miedo misterioso lo y le aprieta el pecho como un cinto de hierro. Estás muy serio hoy murmura ella acercando su rostro al brazo de su caballero. El no responde. ¿He hecho algo que te haya disgustado? Nada, nada balbucea Juan. Bailemos entonces.

¿Quién me ha metido a en este villorrio, entre este hato de villanos? exclamó la mujer, furiosa . ¿Quién me ha casado con este rapabarbas, con este mostrenco, que después de haberse comido la dote que me envió el duque, se atreve a insultarme? ¡A , la célebre María Santaló, que ha hecho tanto ruido en el mundo!

¡Ah! ¡qué suerte! repuso Kernok viendo el pabellón inglés que se desarrollaba en lo alto de uno de los palos del San Pablo , ¡qué suerte! se da a conocer... ¡y dice de qué país es! pero no me equivoco... un inglés; es un inglés, y el perro se atreve a señalarlo ¡y no tiene un cañón a bordo! ¡Zeli, Zeli! gritó con voz de trueno , haz largar todas las velas del brick y preparar los remos; dentro de media hora estaremos cerca de él.

Al sonido extraño de mi voz levantó la cabeza, y, a través del espeso velo negro húmedo y arrugado, vi una cara hinchada y enrojecida por las lágrimas, indescriptible de puro descompuesta, y dos grandes ojos negros que parecían preguntarme: «¿Quién es usted?... ¿Cómo se atreve?...» En nombre de su padre, ruego a usted que domine su dolor.

Le repito a usted que no se atrevería a decirlo. Y yo le repito a usted que como ello fuese verdad me juzgaría tan orgulloso que se lo haría saber a todo el mundo, y lo publicaría a gritos... ¡Cómo! ¿Te atreves a decir?... La verdad. ¿Se atreve usted a afirmar que Antoñita le ama? Me atrevo a decir que ha hecho buena acogida a mis pretensiones y que ayer mismo... ¡Acaba!

Vivimos rodeados de enemigos, y esto no puede continuar. Es mejor que terminemos de una vez. ¡O ellos ó nosotros! Alemania se siente con fuerzas para desafiar al mundo. Debemos poner fin á la amenaza rusa. Y si Francia no se mantiene quietecita, ¡peor para ella!... Y si alguien más... ¡alguien! se atreve á intervenir en contra nuestra, ¡peor para él!

Yo tengo muchos, pero no miro á uno siquiera. Pococurante, ántes de comer, mandó que le dieran un concierto: la música le pareció deliciosa á Candido. Bien puede este estruendo, dixo Pococurante, divertir cosa de media hora; pero quando dura mas, á todo el mundo cansa, puesto que nadie se atreve á confesarlo.

Hace mucho tiempo que detesta al conde miserable que se atreve aún a conservar un poco de altivez, y mañana, quizá, le echará de su nido familiar y ordenará luego la destrucción del nido. Es pobre, va mal vestido. Los perros de la aldea le morderán las piernas; las mujeres y los niños harán mofa de él. ¿Adónde irá entonces el desgraciado conde?

Apenas si se atreve a decir a Pepita «buenos ojos tienes»; y en verdad que si lo dijese no mentiría, porque los tiene grandes, verdes como los de Circe, hermosos y rasgados; y lo que más mérito y valor les da, es que no parece sino que ella no lo sabe, pues no se descubre en ella la menor intención de agradar a nadie ni de atraer a nadie con lo dulce de sus miradas.

Me presento, pues, en el locutorio; apenas hube entrado en él, la señorita Pepita se precipita contra la puerta, la cierra, se vuelve hacia y me dice: «¡Lo todo, caballero...!» «¿Qué sabe usted, señorita...?» « que usted me ama y no se atreve a decírmelo...» «¡Qué...!», exclamé yo. «Pues bien; ¡yo también le amo...!» Señora: si un rayo hubiera caído a mis pies, no me hubiese quedado más aterrorizado...