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Alicia, por instinto femenil, se había apresurado á llevar otra vez el pañuelo á su cara al sentirse libre de la mano de Miguel. Debía estar fea con los ojos acuosos, la boca pálida, la nariz enrojecida por el llanto. Pero las palabras del príncipe produjeron en ella tal sorpresa y tal deseo de repeler una suposición injuriosa, que separó la arrugada batista de su rostro.

Y estuvo muy bien ayudado por hombres como usted le dije, con un tanto de impertinencia, me temo. Tal vez, tal vez, replicó rápidamente, con su cara enrojecida. Le prometí guardar silencio y he cumplido mi promesa, porque la posición desahogada y confortable de que gozo ahora, la debo únicamente a su generosidad. Un millonario puede hacer cualquier cosa, ciertamente.

El primer día que doña Rebeca, como general en jefe, acometió a la niña, armada de toda la perfidia del mundo, fué y le dijo: hermano no era tu padre...; que se te quite eso de la cabeza...; mi hermano no era nada tuyo...; no tienes sangre infanzona...; eres «hija de padres desconocidos».... Ella humilló la frente enrojecida, sin responder.

Algo le hacía, de seguro, la mano oculta que alimentaba las lámparas de los cielos, porque, a medida que me alejaba de él, puesto que descendía, redoblaba su fuerza penetrante. No es posible formarse idea de esos calores sin haberlos sufrido; las rocas parecen inflamadas, la tierra enrojecida calienta el aire que abrasa la cara, irrita los ojos, turba el cerebro.

Quedó la mujer en curiosa contemplación de la imagen borrosa, enrojecida por las luces. No conocía a esta Virgen, pero debía ser dulce y bondadosa como la de Sevilla, a la que tantas veces había suplicado. Además, era la Virgen de los toreros, la que escuchaba sus oraciones de última hora, cuando el cercano peligro daba a los hombres rudos una sinceridad piadosa.

¡Ya está muerto el puma! Esto lo gritó don Carlos agitando sobre su cabeza el arma enrojecida, mientras el bandolero daba vueltas junto á sus pies, apoyándose en un costado y en otro, entre ronquidos de agonizante.

Febrer vio salir a unas mujeres vestidas de negro, tétrico grupo de tapadas, que apenas enseñaban a través de la abertura del manto su nariz enrojecida por el sol y un ojo de brasa velado por las lágrimas. Iban cubiertas con el abrigais, chal de invierno, envoltura tradicional de gruesa lana, cuya vista producía una sensación de tormento y asfixia en aquella mañana bochornosa de verano.

Los encapuchados, con sus cirios crepitantes, escoltaban a la Virgen, temblando el reflejo de sus luces en este manto regio que poblaba el ambiente de vivos fulgores. Al compás del redoble de los tamboree, marchaba luego un rebaño de hembras, el cuerpo en la sombra y la cara enrojecida por la llama de las velas que llevaban en las manos.

Las garrochas que llevaban al hombro eran tan gigantescas en la sombra, que su línea obscura perdíase en el horizonte. A un lado brillaba el curso del río como una lámina de acero enrojecida medio oculta entre hierbas. Doña Sol miró a Gallardo con ojos imperiosos. Cógeme de la cintura. El espada obedeció, y así marcharon, con los caballos juntos, unidos los dos jinetes del talle arriba.

¡Es un portento! exclamó; y me admira que hayáis arriesgado por las calles una maravilla tan frágil como ésta. Confieso que fué grave imprudencia. ¡Un frasco de vino, Tita, pero del mejor, del florentino! Sin vuestro auxilio no qué hubiera sucedido. Examinad bien la tez; á mismo me resulta muchas veces demasiado obscura, enrojecida por haberse caldeado los colores, ó pálida y falta de vida.