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A mi inquieta agitación sucede la tranquilidad del alma: por los sufrimientos de un momento, me he hecho más fuerte, más dispuesto, más feliz, y dirijo una mirada altiva sobre esa corriente rápida y obscura que un minuto antes miraba aterrorizado.

Cortando la escena de temores y aspavientos, Juanillo ordenó terminantemente: ¡Esta noche quiero que me sirvan, muy bien asados, los cuatro cisnes y el ganso! ¿Comprenden? ¡No admitiré disculpas! Y se retiró majestuosamente, ante un público boquiabierto y aterrorizado...

Me presento, pues, en el locutorio; apenas hube entrado en él, la señorita Pepita se precipita contra la puerta, la cierra, se vuelve hacia y me dice: «¡Lo todo, caballero...!» «¿Qué sabe usted, señorita...?» « que usted me ama y no se atreve a decírmelo...» «¡Qué...!», exclamé yo. «Pues bien; ¡yo también le amo...!» Señora: si un rayo hubiera caído a mis pies, no me hubiese quedado más aterrorizado...

Es la guerra... Debemos ser duros para que resulte breve. La verdadera bondad consiste en ser crueles, porque así, el enemigo, aterrorizado, se entrega más pronto y el mundo sufre menos. Don Marcelo levantó los hombros ante el sofisma. Estaban en la puerta del edificio.

El domador se detuvo un momento y se oyeron en el interior de la barraca terribles rugidos, y como contestándolos, el ladrar feroz de una docena de perros. El público quedó aterrorizado. En el desierto...

Tratarán de rendirnos por hambre. No, tío dijo Hans ; no esperarán tanto, pues veo que vuelven a la carga: ¡mira! Acercáronse todos a la puerta y vieron a los piratas avanzar por la explanada. Se deslizaban como serpientes amparándose en los matorrales. ¿Tratarán de cortar los horcones? preguntó Van-Horn, aterrorizado . ¡A ellos, señor Cornelio!

Vamos, tranquilízate, «mon cher» le dijo el gascón. ¿Te han aterrorizado las ratas del sótano? En mi tiempo, los jóvenes eran más animosos. Cuando yo tenía quince años... Dejad vuestra historia para otro momento, vizconde, si os place. Ahora beberemos interrumpió con serena autoridad don Fernando. Tenéis razón, querido consuegro. Bebamos a la salud del último duque de Sandoval.

Aunque los templos no ofrecían seguro asilo, y algunos, como el de San Sebastián, estaban en el suelo, abriéronse las puertas de las principales iglesias, cuyas comunidades elevaban preces al Altísimo, en unión del aterrorizado pueblo, que buscaba refugio en la casa del Señor.

Encontrábase don Gil en la sala de San Ignacio vigilando que los topiqueros no hiciesen mucho gasto de azúcar para endulzar las tisanas cuando una mano se posó familiarmente en su hombro y oyó una voz cavernosa que le dijo: ¡Avariento! ¿Dónde está mi mortaja? Volvióse aterrorizado don Gil.

Habituado a mirar a las mujeres como a juguetes de niño, estaba estupefacto y hasta aterrorizado al encontrar en uno de esos seres débiles y despreciables, una profundidad de miras y una fuerza de voluntad, contra las cuales todas sus fuerzas personales, vigor físico, fortuna, situación social, autoridad de esposo, no tenían ninguna salvaguardia y estaban reducidos a la nada.