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Por lo demás, los franceses mismos, en su literatura patriótica, no han sido nunca tan escrupulosos ni se han parado en barras en lo de molestar con más o menos justicia a naciones que han tenido con ellos algún altercado. Otros dos escritores extranjeros, al ocuparse ligeramente del mismo asunto, han seguido el criterio de Mr. Louis-Lande. A ellos dirijo también estas observaciones.

En nombre de ese afecto os dirijo hoy una súplica, dictada por mi corazón de madre torturado por la angustia.

Calculad ahora mi inquietud ante esta entrevista. Yo la conozco un poco; pero he mantenido siempre con ella un trato ceremonioso. Acabada de vestir, me doy un par de vueltas en el espejo, ensayando gestos y posturas de cierta gravedad; procuro, a la vez, serenarme, y me dirijo al saloncito con paso firme, no exento de parsimonia. ¡Misia Melchora! ¡qué sorpresa!... ¿La sorprende a usted mi visita?

El médico que me ha reconocido dice que me encuentro en segundo grado de tisis pulmonar, y por si la ciencia tiene aún algún remedio para mi mal, me dirijo a usted, que está reputado como el primer médico que hoy tenemos. Muchas gracias, querido contestó el doctor, dirigiéndole una larga mirada de compasión.

La leyenda nos dice que en otro tiempo los ruidos confusos que salían de esas profundidades eran gritos de desesperación, sollozos de víctimas. El agua del pozo cubre un lecho de osamentas. Aparto con esfuerzo mis ojos del microscopio que los fascina, y los dirijo á la masa cuadrada de la torre del homenaje, que brilla á toda luz.

Imagine ahora el lector el afán, el asombro, las palpitaciones de gozo y el raro deleite con que leería Poldy la carta, que también venía en rollo y que estaba concebida en estos términos: VIII «Me repugna y hallo difícil escribir cartas dando tratamiento a quien las dirijo, y así, adopto la antigua costumbre de los orientales.

Si fuera preciso dijo faltar a algún deber, no se lo pediría a usted... Me dirijo a usted precisamente porque la tengo en particular estima, porque que es usted leal y piadosa y porque usted cree en la santidad de un juramento... ¡Oh! no tenga usted miedo añadió adivinando que la solemnidad de la palabra juramento me había alarmado; sólo se trata de , de sola, de una cosa de la que depende mi porvenir...

Ese es algún amigo del Gobierno exclamó señalando al orador un individuo que estaba en la parte del público. ¿Amigo del Gobierno? dijo el orador indignado. ¿Por qué? ¿Porque amo la libertad sin licencia, la petición sin escándalo? Vosotros amáis la anarquía y cedéis á la venalidad. Me dirijo á los aragoneses, que este sitio se distinguen por su lenguaje procaz y su amor á los alborotos.

A mi inquieta agitación sucede la tranquilidad del alma: por los sufrimientos de un momento, me he hecho más fuerte, más dispuesto, más feliz, y dirijo una mirada altiva sobre esa corriente rápida y obscura que un minuto antes miraba aterrorizado.

A vosotros dirijo mi humilde voz: vosotros podéis renovar los días de nuestra antigua prosperidad; vestíos con el traje de nuestros padres, y la nación entera seguirá vuestro ejemplo». Esto lo escribía poco después aquel mismo Sr.