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Miróla Diógenes de hito en hito, y con la procaz desvergüenza de su lenguaje de taberna, con la inexorable lógica de su profundo buen sentido, contestó al cabo: ¡Cerrarles a piedra y lodo la puerta, o no quejarse, señora mía!... ¡Polaina!... Si levanta usted la tapa del común, ¿con qué cara viene a quejarse luego de que apeste?...

Reprimió, no obstante, la lengua, porque en plena tertulia le parecía ridículo y de mal gusto desatarse en injurias contra el procaz Arturo. Sus ojos sólo denotaban su furor. Miraba al poeta como si quisiera devorarle con el fuego de su mirada. Rosita, por ligereza de carácter, por irreflexión, se había dejado llevar de la charla del poeta y le había reído los chistes.

Villamediana abusó de su ingenio, que le tuvo sin duda, aunque estragado por el mal gusto, la pedantería y la carencia de sentido moral, y abusó de su riqueza, de su posición, de sus bríos y de otras buenas prendas personales, para ser procaz y satírico, pendenciero, vicioso y con las mujeres violento y desenfrenado.

Teniendo todos la misma manía, cada cual cultivaba una especialidad, pues Leopoldo Montes llevaba un día y otro infaliblemente, noticias de crisis; D. Basilio descendía siempre a menudencias de personal; Relimpio era procaz y malicioso en sus juicios; Rubín descollaba por suponerse que todo lo sabía y que se anticipaba a los sucesos viéndolos venir, y por último, Feijoo era profundamente escéptico, y tomaba a broma todas las cosas de la política.

¡Alto ahí, señor mío! exclamó indignado el buen Guimarán al oír el penúltimo verso . Mi salud no necesita de semejantes indecencias: y lo que ustedes hacen con tamañas blasfemias indecorosas es la causa, el caldo gordo del clero; porque tenga usted entendido, joven inexperto y procaz, que por el mundo han pasado muchas religiones positivas, y hoy se ha creído esto y mañana lo otro; pero de lo que nunca han prescindido los pueblos cultos, ni ahora, ni en la antigüedad, es de la buena crianza, y del respeto que nos debemos todos.

Más lógico es suponer que el célebre Manín era, como todos los hombres que logran sobreponerse a la multitud, víctima de las asechanzas de la envidia. Refería Paco, con el desenfado procaz que le caracterizaba y del que no prescindía ni aun hallándose entre damas, cómo había llevado a Manín al palco proscenio que con otros amigos tenía abonado en el teatro.

Entre las cejas y el pelo tenía una faja blanca que le servía de frente; la boca era hundida como la de un cráneo, la nariz de un atrevimiento procaz, no por la enormidad del tamaño, sino por su afligente exigüidad, y, sobre todo, por la insolencia con que la Naturaleza la había respingado para presentar al espectador sus dos ventanas, como el hocico de un crack que olfatea al aire.

Si hubieran poseído tres carreras de dientes como los cocodrilos, o aunque fuesen dos, no dudo que se devorarían, dada la rabia y el coraje con que se enseñaban la única con que la Naturaleza les había dotado. Maza estuvo tan procaz, tan insolente, que al fin don Rudesindo, sin ser dueño de , le descargó un paraguazo en la cabeza.

Me pareció que quizá no había bebido bastante para ser todo lo insolente y procaz que quería, y me senté en la mesa de una taberna, en la acera, en una calle en donde hay tal profusión de colmados y de peluquerías, que no parece sino que aquella gente se ha de pasar la vida entre el plato de pescado frito y la tenacilla para rizarse el pelo.

Lo cierto es que ha pedido salir del convento con gran regocijo de sus parientes, y ahora marchan todos a Madrid para las diligencias de la legitimación, porque ya sabes que... : yo había entendido que esa joven era hija de la Sra. Condesa. ¡Calla, deslenguado procaz! ¿Qué has dicho? La Sra. Condesa, prima de mi señora, ¿había de tener semejantes tapujos?