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Pero, aunque las declaraciones del viejo criado eran demasiado incompletas y confusas para que pudieran servir de base a una acusación, bastaron para herir a Gertrudis presentándola a los ojos del mundo como una criminal. Cuanto más prescindía ella de toda sociedad, cuanto más decididamente cerraba la puerta del molino a los extraños, más extravagantes eran los rumores que corrían sobre ella.

Hasta se confesaba, en principio, partidario de las teorías de Darwin, cosa que tenía sorprendidos e inquietos a algunos de sus timoratos amigos y penitentes, pero esto mismo contribuía a infundirles más respeto y admiración. Cuando hablaba para las señoras solamente, prescindía de toda erudición que pudiera parecerles enfadosa; adoptaba un lenguaje mundano.

«La comida era de confianza, ya se sabía». Esto quería decir que el Marqués y la Marquesa, no prescindirían de sus manías y caprichos gastronómicos en consideración a los convidados; pero estos serían tratados a cuerpo de rey; la confianza en aquella mesa no significaba la escasez ni el desaliño; se prescindía de la librea, de la vajilla de plata, heredada de un Vegallana, alto dignatario en Méjico, de las ceremonias molestas, pero no de los vinos exquisitos, de los aperitivos y entremeses en que era notable aquella mesa, ni, en fin, de comer lo mejor que producía la fauna y la flora de la provincia en agua, tierra y aire.

Con mucho trabajo nos será posible formarnos una idea, ni aun aproximada, de la licencia de esta escenografía. Se prescindía en absoluto del encanto de los sentidos, de cuanto constituye la ilusión verdadera. La pintura escenográfica, con sujeción á las reglas de la perspectiva lineal, de suerte que el teatro representase un cuadro con la apariencia de lo real, era completamente desconocida.

También le gustaba el Borgoña, y, sin embargo, no renunciaba al Jerez; comía con deleite las chochas y no prescindía del salmón. ¿Por qué, pues, había de limitarse a Cristeta, si su paladar amoroso estaba en disposición de saborear infinitos manjares? La pobre muchacha quedó condenada a olvido.

En otras casas se prescindía por completo de la sartén, no queriendo, después de un día de hambre, otro alimento que el callardó. Era el lujo de la raza, el nutritivo de los ricos, y toda la familia, puesta en cuclillas en torno de la hoguera, contemplaba absorta el hervir del puchero lleno de chocolate.

Sus mejillas tenían el mismo tono azulado que la de los hombres que se rasuran diariamente. La madre, algo cuadrada á causa de la obesidad propia de los años, prescindía de esta precaución, y por debajo de la corona de flores que circundaba sus tocas dejaba asomar una barba abundante y dura.

Don Manuel, que era regocijado y festivo, también se hacía acompañar a menudo de juglares y bufones, que le divertían con sus chistes y burlas, y casi nunca prescindía de los músicos, que iban tocando sonoros instrumentos, anunciando así que el rey venía y alegrando los sitios por donde transitaba.

Más lógico es suponer que el célebre Manín era, como todos los hombres que logran sobreponerse a la multitud, víctima de las asechanzas de la envidia. Refería Paco, con el desenfado procaz que le caracterizaba y del que no prescindía ni aun hallándose entre damas, cómo había llevado a Manín al palco proscenio que con otros amigos tenía abonado en el teatro.

Tuve yo un amigo, educado a principios de este siglo y con todos los resabios del enciclopedismo francés del siglo pasado, que leía con entusiasmo a Santa Teresa y a ambos Luises, y me decía que era por el deleite que le causaba la dicción de estos autores; pero que él prescindía del sentido, que le importaba poquísimo. El razonamiento de mi amigo me parecía absurdo.