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Dispénseme usted, amigo Maza; yo he visto cocodrilos en Filipinas manifestó don Rudesindo. ¿Y qué quiere usted decir con eso? Como usted decía que los cocodrilos no se crían en el Nuevo Mundo... ¡Otra que tal! ¿Las Filipinas son del Nuevo Mundo? Señores, ¡señores! hay que abrir los paraguas. Hoy llueven aquí burradas.

¿Has visto algún animal? le preguntó Cornelio, preparando el fusil. Mirad allí. ¿No veis moverse las plantas del río? Es verdad dijo el joven . ¿Habrá peces grandes en este arroyo? ¿O cocodrilos? exclamó Van-Horn. No contestó el Capitán . Allí tenemos un almuerzo espléndido, viejo mío.

Luego estuvo mirándose un rato en el vidrio que cubría cierta estampa del Purgatorio, llena toda de ánimas, diablos, llamas, culebrones, sapos, cocodrilos, ruedas, sartenes, peroles, etc..., y contempló allí su imagen confusa, por no haber en la estancia espejo, ni vidrio azogado que hiciese sus veces.

Algunos dicen que hay tigres; pero no es seguro. ; pero hay pitones, cocodrilos... No hay que temer. Regresemos, señor Cornelio: estamos lo menos a tres millas de donde salimos y podemos extraviarnos. ¿No tienes brújula? No; se la dejé al Capitán. Entonces, apresurémonos, Horn. Mi tío puede inquietarse.

Por fortuna, la chalupa era alta de bordas, y los cocodrilos no podían entrar a saquear el interior; pero trataban de volcarla a coletazos, tan violentos, que habrían acabado por desguazarla.

Más allá, hacia la orilla izquierda, se veían medio hundidos en el agua del río restos que parecían ser de una canoa, y entre las yerbas los cadáveres de algunos indígenas medio devorados ya por los cocodrilos. Los piratas han sido atacados y destruidos o puestos en fuga dijo el Capitán. ¿Por los alfuras? preguntó Cornelio. Seguramente respondió Van-Stael. ¿Habrá alguna aldea por estas cercanías?

Pero estos cocodrilos no se deciden a irse repuso Van-Horn . ¡Aquí viene otro! ¡Duro con él, muchachos! gritó el Capitán. Dos disparos sonaron casi a un tiempo. El cocodrilo dió un salto que lo hizo caer al borde del banco, de donde rodó al río desapareciendo bajo el agua.

Como recuerdo de su vida en las selvas, llevó á Buenos Aires cuatro cocodrilos del gran río Paraguay, llamados yacarés con el caparazón relleno de paja, y una serpiente boa de varios metros de lorgitud, cuyo vientre había sido atiborrado de hierbas por los disectores indígenas.

Las aguas del río Negro jamás habían conocido cocodrilos, y en cuanto á reptiles, no había en toda la Patagonia mas que ciertas víboras de mordedura mortal, cabezudas, cortas y gruesas, como el signo ortográfico llamado coma.

¡Después de los cocodrilos los piratas! exclamó Cornelio . ¡Qué dichoso país y qué hermosa noche! ¡Callad! dijo el Capitán. Se inclinó hacia el agua y escuchó. dijo, después de algunos instantes . Deben de ser los piratas que vienen río arriba. He oído el batir de muchos remos. ¿Suben con las piraguas?