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Ellos son la consagración: no hay gloria completa sin el beso de una hermosa y sin la mordedura de un malvado; nadie puede llamarse francamente triunfador si no ha sentido posarse sobre su frente tiernas miradas de mujeres y crueles y sarcásticas miradas de hombres... ¡Ah! quién diera a mis palabras la pujanza de águilas bravías o potros cerriles, para pregonar con ellas a despecho de afilados dientes y rastreros silbidos, y no ya por la isla infeliz, sino bajo todos los techos del mundo, el genio y la bondad del divino maestro.

Y como si hubiese perdido toda curiosidad, fué sumiéndose en el sueño.... Pero antes de dormirse completamente sintió un pinchazo en una muñeca, algo semejante á la mordedura de un colmillo único, una incisión que pareció llegar hasta el torrente de su sangre. Quiso mover el brazo en que había recibido esta herida y no pudo.

Benincasa se observaba muy de cerca en los pies la placa lívida de la mordedura. Pican muy fuerte, realmente dijo sorprendido, levantando la cabeza a su padrino. Este, para quien la observación no tenía ya ningún valor, no respondió, felicitándose en cambio de haber contenido a tiempo la invasión. Benincasa reanudó el sueño, aunque sobresaltado toda la noche por pesadillas tropicales.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vió la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de plano, dislocándole las vértebras. El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló.

Otra cosa sería si yo hubiese permitido al gozquecillo morderme más profundamente. ¿Pero, le han dado muerte? Todavía no. Esperamos a ver si su mordedura es nociva. ¿Y si lo fuese? preguntó Miguel con su siniestra sonrisa. Lo despacharíamos en un santiamén, hermano. ¿Pero no volverás a jugar con él? preguntó Flavia. Puede que . ¿Y si vuelve a morderte?

Porque allá, en el fondo del alma, y sin querer confesárselo, nuestro joven sentía la mordedura de los celos. Cuantas reflexiones se hacía y argumentos poderosos a mismo se presentaba para tranquilizarse, no bastaban a arrancárselos del pecho. Había pensado, mientras el Duque estuvo por allá, que ya nunca más se acordaría de aquel rincón.

Como el cazador persiguiendo su presa, como el soldado dedicado á matar á sus semejantes, el cortador de árboles enloquece en su obra de destrucción porque siente tener ante á un sér vivo. El tronco gime por la mordedura del acero, y su lamento se repite de árbol en árbol por todo el bosque, como si participaran de su dolor y comprendieran que el hacha se volverá contra ellos también.

El mismo fatalismo que aceptaba esto con un ¡añá! y una riente mirada a los demás compañeros, le dictaba, en elemental desagravio, el deber de huir del obraje en cuanto pudiera. Y si esta ambición no estaba en todos los pechos, todos los peones comprendían esa mordedura de contra-justicia, que iba, en caso de llegar, a clavar los dientes en la entraña misma del patrón.

Soledad lo vió al principio con indiferencia; pero la alegría de las chavalas al cabo fué tan ostentosa, sus carcajadas tan repetidas y sonoras, que concluyeron por crisparla. Sintió la mordedura de los celos, y sin prever las consecuencias se acercó al grupo y mostrando semblante alegre quiso tomar parte también en la jarana.

Tal fué el caso de Sócrates, Colón, Galileo, Giordano Bruno, y tal también el de nuestro héroe. La primera mordedura de la envidia le causó el dolor agudo que debieron sentir estos grandes bienhechores del género humano. Su espíritu vaciló. Fué un instante nada más, un desmayo pasajero que sirvió para acreditar mejor el temple admirable de su alma. Sin embargo, aquella noche no pudo cenar.