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Se extendió de nuevo sobre la tierra un velo gris, y la espiral de palomas cesó de aletear, desplomándose de golpe en el fango. El jefe del fielato habló de las dos muchachas. Las veía pasar todas las mañanas a la misma hora; trabajaban en una fábrica de gorras de la calle de Bravo Murillo.

Dejó su traje femenil sobre el caballo que la había traído y montó alegremente en el otro, oprimiéndole los flancos con sus piernas nerviosas, al mismo tiempo que echaba en alto el lazo atado á la silla, formando una espiral de cuerda sobre su cabeza. Galopó por la orilla del río, junto á los añosos sauces que encorvaban sus cabelleras sobre el deslizamiento de la corriente veloz.

La avalancha de visitantes se había fraccionado para tomar los cuatro caminos en espiral arrollados á las patas de la mesa. Gillespie vió surgir por los escotillones á muchos servidores suyos, hombres y mujeres, que se colocaron en uno de los lados de la planicie de madera, esperando órdenes.

De uno á otro árbol, la plumaria enreda su espiral muy parecida á las tijeretas de las viñas y los hace corresponder entre por medio de sus finos y ligeros ramajes, matizados de brillantes reflejos. Este espectáculo encanta, turba la imaginación: es un vértigo y como un sueño.

Tal vez con motivo de esta solemnidad universal consigamos su indulto, y usted podrá presenciar todas nuestras fiestas. Pero el profesor abandonó repentinamente este ensueño optimista. Vió con la imaginación á su amado gigante tendido en la playa, inerte como un cadáver, las carnes verdosas y descompuestas por el veneno y revoloteando sobre su rostro, en fúnebre espiral, miles y miles de cuervos.

Era bien entrada la primavera, hacía calor, y el cielo, de un intenso azul, parecía atraerle. No he visto la Campana Gorda desde que era niño dijo . Subamos: contemplaré Toledo por última vez. Y acompañado de sus admiradores, casi llevado en alto por ellos, subió lentamente la estrecha escalerilla espiral.

Frantz y Kasper irán a su encuentro, le vendarán los ojos al pie de la peña y le conducirán aquí. Nadie hizo observación alguna, y los hijos de Materne, cruzándose la carabina en bandolera, se alejaron bajo la bóveda en espiral. Al cabo de diez minutos los cazadores llegaron adonde el oficial estaba, hablaron con él breves momentos, y los tres empezaron a subir al Falkenstein.

Su cierre, instantáneo, hermético, absoluto, era semejante al de las piezas de artillería. Iba a enseñarles uno de los dos túneles por los que pasaban los árboles de las hélices. Entraron agachando la cabeza en una galería angosta de más de treinta metros de longitud, ocupada únicamente por una barra de acero que giraba y giraba tendida en sus ajustes, brillando como una espiral de mercurio.

La suya, la que había tenido en sus brazos, esa no volvería nunca. Había sido un rayo de sol al través de las nubes de su cielo, saludado por la espiral de las ilusiones, que volaban como palomas. Las nubes cerrábanse para siempre, el rayo de sol se extinguía, y las palomas venían al suelo transidas de frío.

Fuera del local, los servidores y los maltrechos policías se miraron con una expresión de inteligencia: ¡Ya lo mata!... Le está bien, por no haber querido oir nuestros consejos. Avisado por los gritos del profesor, Gillespie bajó su cabeza hasta el nivel de su asiento, sacándole con dos dedos de la espiral cimbreante.