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En todo caso observó la mayordoma, no necesitaba usted haber muerto a todos los cisnes; con uno le bastaba, porque son bien grandes... Claro... Claro... Claro... fueron repitiendo en coro, uno por uno, los nueve vástagos del mayordomo... ¡Pues no! concluyó fieramente Juanillo. Me gustan mucho y quiero comérmelos todos, esta misma noche. ¿Ha oído? ¡Todos!...

¿No sabe usted que la señora vive mirándose en ellos? continuó quejumbrosamente el mayordomo. ¿Qué le vamos a decir cuando venga? ¡Y cisnes domésticos no hay en venta en Pehuajó ni en ninguna parte por aquí! Estos fueron traídos de Buenos-Aires con gran trabajo... Pero, ¿para qué los ha muerto, si no soy curioso, don Juan? ¿para qué?...

En este punto elevábase otra vez la cuesta, entre arboledas y grandes edificios, y cerraba la perspectiva, como un arco triunfal, la puerta de Alcalá, destacando su perforada mole blanca sobre el espacio azul, en el que flotaban, cual cisnes solitarios, algunas vedijas de nubes. Gallardo iba silencioso en su asiento, contestando al gentío con una sonrisa inmóvil.

...Su hazaña, que se dio por hecha, extendió pronto su nombre de ogro en veinte y treinta leguas a la redonda. El empresario del «círco de lona» de Pehuajó soñó con contratar al «ogro de los cisnes», en reemplazo de «la mujer que come vidrio, espadas y fuego», pues el público ya estaba cansado de esta mujer.

Primero díjole éste, pon una theoría de vírgenes que arrastran sus túnicas de lino a la sombra del laurel-rosa, cada una con un lirio en la mano. «Segundo, un lago verdinegro donde nadan amorosamente dos cisnes, a la luz del plenilunio. «Tercero, un albatros que vuela serenamente sobre la tormenta del Océano.

Es verdad que la contemplación del mar enaltece mucho el espíritu y lo purifica, pero no es menos cierto que también lo turba y oscurece con sus ásperas impresiones. A fin de hacer frente a este peligro psicológico, el Ayuntamiento quiso acudir a un expediente seguro; acudió a la cooperación de los cisnes y los patos.

Pasaron así junto a un lago verdinegro, donde bogaban amorosamente dos cisnes, bajo la luz del plenilunio... Al otro día, la princesa Belisa se embarcó con sus damas en un esquife de marfil con velas de púrpura. Pero en la mitad de la travesía estalló una tormenta que levantaba olas como montañas y cordilleras. Sobre ese océano de abismos imperaba, volando serenamente, un gigantesco albatros.

Tengo también una pareja de cisnes, a los cuales sólo les falta el esquife de Lohengrin. ¡Qué fastuosos y qué infatuados son estos cisnes! Nadan entre los patos con el aire de dos señores feudales entre una plebeya y vil democracia. Doy también grandes paseos por el campo. Y me quedo horas muertas mirando los teros.

Juanillo guardó prudente silencio. ¿Cómo iba a explicar a aquella ignorante y pobre gente la intención estética que tuviera? ¿cómo?... Terminadas las lamentaciones del mayordomo, la mayordoma comenzó las suyas: ¡Dios mío! ¡matar esos cisnes tan lindos que eran como los hijos de la señora!... ¿Y qué nos dirá la señora? ¿Y qué le diremos a la señora?...

Cisnes, patos y ánades bogaban, aquéllos con su acostumbrada fantástica suavidad, balanceando el largo cuello, éstos graznando desapaciblemente, todos con rumbo a la orilla apenas Lucía y Pilar se acercaban, en demanda de mendrugos de pan, que engullían atragantándose y alzando al aire la cola . La isleta y el pino que en ella crecía lanzaban a la superficie del estanque misteriosa sombra.