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Juan anda como en un sueño. Apenas se atreve a fijar sus miradas en Gertrudis; un miedo misterioso lo y le aprieta el pecho como un cinto de hierro. Estás muy serio hoy murmura ella acercando su rostro al brazo de su caballero. El no responde. ¿He hecho algo que te haya disgustado? Nada, nada balbucea Juan. Bailemos entonces.

Vendrá a veros a menudo y no dejaremos escapar ninguna ocasión de hacer cuanto podamos para que seáis feliz. Un hombre sencillo, como era Godfrey Cass, al hablar bajo la influencia de alguna dificultad, balbucea necesariamente expresiones más groseras que sus intenciones y que tienen que rozar sentimientos delicados.

En efecto, el sonido sordo y tardío de este vocablo, suministra la idea exacta de un entendimiento que se despereza, que abre la boca con trabajo, que balbucea un nombre con la lentitud ébria del que se duerme: en el sonido de la palabra tonto hay algo parecido al de la de sapo, y esta única relacion es más que suficiente para darla una propiedad y una fuerza admirables.

Y, para disimular su turbación, se lleva la mano al bigote. , se trabaja repite ella maquinalmente, mirándolo siempre. Después, de pronto tendiendo hacia él la mano y apartando los cinco dedos como si quisiera señalarlo con todos a la vez, dice en medio de una explosión de risa: Pero ¿no es usted Juan? El balbucea: ... soy yo... ¿Y usted? Yo soy su mujer. ¿Qué? ¿usted?... ¿la mujer de Martín?

Ella dice que . ¿Te gustan las rosas? continúa él. La joven vuelve los ojos hacia él. «¡Como si no lo supierasdice su mirada. Oye agrega él vivamente. ¿Por qué no pones ya flores en mi cuarto? Ella no responde. ¿Porque no las merezco? Me lo ha prohibido él balbucea Gertrudis. ¡Ah! eso es otra cosa dice Juan, desconcertado. La conversación termina de pronto.

Piense usted, don Marcos, que la juventud tiene sus derechos. Y la vejez sus deberes contestó el coronel con bondad, resignándose ante el porvenir. Ahora, de pie ante el príncipe, balbucea con timidez y confusión porque va á abandonarlo. Me espera Madó: la pobrecita sale muy poco. Le gusta que la lleve por las tardes al concierto en las terrazas. Son las cinco.

Martín, un poco cortado, menea dulcemente la cabeza. Mi despacho balbucea al fin. Y como Juan da un paso para abrir la puerta, lo detiene por el faldón de la chaqueta. Te ruego refunfuña que no franquees ese umbral; ni hoy, ni nunca... tengo mis razones.

El príncipe se inquieta, adivinando que le va á describir con toda clase de detalles la combinación del portugués, que ya considera suya. Pero el pianista mira hacia el Casino, balbucea, y acaba por interrumpir su relato. Alguien se aproxima, y él sólo quiere hacer partícipe de su secreto al príncipe.

No me preguntes nada; no conseguirás saberlo... Deja las palabras; son inútiles... y aunque me jurases por la memoria de nuestros padres... ; por nuestros padres... balbucea Martín con alegría. ¿Por qué no he pensado en ello más pronto? ¡Déjalos tranquilos en su tumba! replica Juan con su sonrisa odiosa.

¡Bueno! ¡Empieza! Es a propósito... balbucea, es decir, me parece que... ¿qué piensas al respecto?... no puedes continuar durmiendo en esa cama espantosa, sobre un jergón... ¿Y si a me gusta dormir así? No me comprendes... murmura, cada vez más turbada; después... cuando... en fin, una vez que te cases...