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Miradme; porque no hay ninguno de estos males que yo no haya sufrido, y uno solo basta para terminar la vida de un hombre. No os admireis ya de lo que soy, pero si sorprendeos de que haya existido y de que este todavia sobre la tierra. Dignaos sin embargo escucharme.... Anciano, respeto tu ministerio y reverencio tus canas; creo que tus intenciones son piadosas; pero es en vano.

No es eso lo que a me duele ni por lo que he venido. »Calláronse entonces; y como los vi dispuestos a escucharme, díjeles al punto, palabra más o menos: » Hay en el anónimo ese un alcance más hondo que el que se ve, tomado el papel en la sencillez de su contenido. Parece la obra de un amigo indiscreto, y es un puñal envenenado que ha producido en mi casa dos heridas mortales.

¡Muy bonito! exclamó la señora de Villanera . Si él sube al coche, yo misma desengancharé a los caballos. Don Diego, usted no me consultó para tomar una amante; no me escuchó usted cuando le dije que había caído en manos de una bribona; puesto que usted me consulta hoy, tendrá que escucharme hasta el fin. Soy yo quien le he casado.

Veo que tienes buena opinión de ti respondió el cura, que hacía esfuerzos por tomar severo aspecto. ¡Ah, excelente! Bueno, y ahora; ¿quieres o no quieres escucharme? Estoy cierta continué yo, siguiendo mi idea, de que Holofernes era infinitamente más simpático que mi tía, y de que me hubiera entendido con él perfectamente. Por lo tanto, no alcanzo a ver lo que me impediría imitar a Judith.

La suponía sola, en estado de escucharme y en una situación que excluía todo peligro. Tomaba la palabra y sin preámbulo, sin rebozo, sin subterfugios, sin palabrería, y, con la misma franqueza que si se tratara de un confidente muy íntimo desde mi juventud, le refiriese la historia de mi pasión, nacida de una amistad de niño de súbito trocada en amor.

Reflexioné un tanto, y pensé que si yo dirigiera mi discurso a vuestro padrino, sería, más o menos, como si os lo dirigiera a vos mismo. He venido, pues, señor cura, a rogaros tengáis la bondad de escucharme. Cuando vine aquí traía una buena dósis de valor; pero ya se me acaba, y quisiera deciros aún ciertas cosas... las más importantes.

Pescadores, sin más bienes que una barca y una cabaña en la playa; yo crecí allí libre, al sol y al aire, delante del mar, tan ancho, tan azul, tan hermoso, guardada por las espaldas por las verdes montañas de mi hermosa Galicia. ¿No es verdad, señor, que nadie al verme, al escucharme, puede creer que yo he sido una pobre muchacha que se llamaba Aniquilla, que corría descalza por las rocas buscando mariscos cuando era niña, y que más tarde?... ¡oh, Dios mío!

Esto era lo que apetecía Plutón. Detrás de ella, á dos pasos nada más, se hallaba una chimenea ó boca de respiración de la mina que él mismo había concluído de abrir el día anterior y que nadie conocía. ¿Por qué no quieres escucharme? ¡Porque no!... ¡Vete! Retrocedió los dos pasos que le faltaban y cayó en el agujero.

Auvray sonrió con satisfacción, y luego haciendo un gesto teatral, como actor que se prepara para declamar un largo parlamento, dijo: Suplícote no olvides que soy abogado, lo cual quiere decir que debes escucharme con paciencia, sin interrumpirme ni replicar hasta el fin de mi discurso. Desde luego te prometo que éste no pasará de un cuarto de hora.

Yolanda volvió entonces, con los ojos bajos, con la expresión de una inocente injustamente acusada. La pobrecita criatura me dio lástima; para cambiar violentamente de conversación, abordé el capítulo de los intereses. Las señoras despejaron la mesa en silencio, el viejo emborró su pipa, negra como un carbón, y pareció dispuesto a escucharme pacientemente.