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Luego la lloro, luego me horrorizo de mi crimen, y me acerco a ella en espíritu, y con el calor de mi corazón le vuelvo la vida, y la veo, no vagarosa, diáfana, casi esfumada entre nubes de color de rosa y flores celestiales, como vio el feroz Gibelino a su amada en la cima del Purgatorio, sino consistente, sólida, bien delineada en el ambiente sereno y claro, como las obras más perfectas del cincel helénico, como Galatea, animada ya por el afecto de Pigmalión, y bajando llena de vida, respirando amor, lozana de juventud y de hermosura, de su pedestal de mármol.

Este otro es moscatel de Siracusa, vino del que se embriagaba el Cíclope para consolarse de los desdenes de Galatea, con el que Arquímedes se inspiraba para sus más raras invenciones y del que siempre bebía Teócrito antes de componer sus idilios. No os pasméis, señores, de mi notable erudición. No en balde soy la discípula predilecta de donna Olimpia. De tal palo tal astilla, como suele decirse.

Cataluña particularmente debió gustarle más, porque en la Galatea, en la novela de Las doncellas y en Don Quijote, hace exactas descripciones del país y de sus costumbres. Su residencia en Roma, por duradero que fuese su recuerdo, no fué larga.

Venus le da diversos consejos, con los cuales espera que consiga la realización de sus deseos, y el más importante de todos que llame en su auxilio á una alcahueta. Pamphilo queda solo, y expresa sus temores en un monólogo: ve pasar entonces á su amada Galatea, y se decide á hablarla. Así acaba el primer acto. Acto segundo.

La mía es una verdadera dama castellana que por un milagro de la escultura parece que no la han enterrado en un sepulcro, sino que aun permanece en cuerpo y alma de hinojos sobre la losa que la cubre, inmóvil, con las manos juntas en ademán suplicante, sumergida en un éxtasis de místico amor. De tal modo te explicas, que acabarás por probarnos la verosimilitud de la fábula de Galatea.

La protección, que le dispensaron dos grandes generosos, el conde de Lemos y D. Bernardo de Sandoval y Rojas, arzobispo de Toledo, hicieron los más felices los últimos años de su vida, y le proporcionaron tranquilidad suficiente para realizar sus planes poéticos, como el de la continuación de la Galatea, la comedia El engaño á los ojos, dos obras desconocidas, el Bernardo y Las Semanas del Jardín, y la novela Persiles y Segismunda, única que nos ha conservado el tiempo.

Había una fuente en que Galatea se recostaba sobre las olas, y sus corceles azules como el mar sacaban los pies palmeados, mientras algunos tritones soplaban, hinchados los carrillos, en la retuerta bocina.

No censurara yo que Galatea Al cíclope adorase: la hermosura Bien en la fuerza y el valor se emplea; Bien con estrecho, cariñoso nudo, La hiedra ciñe firme tronco rudo. Mas nunca á quien apenas Sostener puede el peso de la vida Á llevar sus cadenas, Si dulces, graves, el amor convida.

Entre una estampa del Crucificado y otra de Galatea navegando sobre una concha con escolta de tritones y ninfas, prefirió esta última, lo que hizo mal efecto en Florentina, que prometió enseñarle a poner las cosas sagradas cien codos por encima de las profanas.

Todos sabían que había ofrecido al Cabildo de la Catedral hacer revestir a su costa la gótica portada de los Apóstoles con un peristilo greco-romano. Los cajones de sus bufetes estaban llenos de ensayos poéticos, en que cantaba, al modo de Boscán y Garcilaso, a Clori y a Galatea.