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Habíalas color barquillo bajo, realzadas por la nota de fuego de las bengalas, y las rosas enanas, de matiz de carne, parecían rostros microscópicos, que miraban curiosos a las vidrieras del chalet. En el jardinete, ante el peristilo, era una gentil confusión de rosas de todos los tonos y tamaños.

Su plano forma un rectángulo de 70 á 80 metros de longitud, sobre 20 á 25 de latitud, mientras que alrededor, sobre un basamento de 50 ó más metros, corre un perístilo ó galería de cincuenta y dos columnas gigantescas entre las cuales se ven muchas estátuas, con el nombre del santo y el del escultor. Esto confirma más y más mi anterior idea.

Beatriz subió los tres o cuatro escalones del peristilo, y volviendo la cabeza dijo a Pedro: «Vuelvo al momento», entrando en seguida en el salón.

Se levantó después súbitamente, extraviada, loca, sin reflexión, sin precisos designios, arrastrada por el terror de un conflicto inminente entre aquellos dos hombres; lanzóse fuera de su gabinete, con su labor de tapicería en la mano, y bajó corriendo los escalones del peristilo, dirigiéndose con precipitado paso hacia el taller donde Pierrepont acababa de entrar.

La tierra del atrio sube más alto que el peristilo de la iglesia, y ésta se hunde, se sepulta entre el terruño que lentamente va desprendiéndose del collado próximo. En una esquina del atrio, un pequeño campanario aislado sostiene el rajado esquilón; en el centro, una cruz baja, sobre tres gradas de piedra, da al cuadro un toque poético, pensativo.

Desde el centro de la citada plaza se ofrece un cuadro muy pintoresco: el caudaloso rio, que salva un elegante puente de piedra de cinco arcos, al fin del cual, y dando frente, se levanta la iglesia de la Gran Madre di Dio, con su esbelta cupulita por corona, y un humilde peristilo con columnatas por frente: á derecha é izquierda y cerrando el horizonte, artísticas montañas, vestidas pomposamente de verdura.

Bajo un peristilo formado de maderos pintados de rojo, iluminado por hileras de faroles de papel transparente, me esperaba una membruda figura de bigotes blancos, apoyada en un grueso sable. Era el general Camilloff. Al adelantarme hacia él, lo hacía con el paso inquieto de las gacelas que, asustadas, huyen sin ruido entre los árboles.

Todos sabían que había ofrecido al Cabildo de la Catedral hacer revestir a su costa la gótica portada de los Apóstoles con un peristilo greco-romano. Los cajones de sus bufetes estaban llenos de ensayos poéticos, en que cantaba, al modo de Boscán y Garcilaso, a Clori y a Galatea.

Y los hermosos ojos de la señorita Irma Steimbourg se posaban con visible complacencia sobre la rosada nariz del dichoso millonario. Los dos jóvenes bailaron juntos todos los cotillones del invierno; por eso el mundo daba ya por descontada su boda. Una noche, a la salida del Teatro Italiano, el anciano marqués de Villemaurin detuvo en el peristilo a L'Ambert.

Mi amigo Rafael Pombo, uno de los primeros poetas del habla española, pasa su vida mirando al Capitolio y haciendo proyectos de reformas. Los ministros le tiemblan cuando lo ven aparecer en el despacho con su rollo bajo el brazo. Pombo quiere sacar las columnas a la calle, hacer un peristilo, algo razonable y elegante.