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Ben Zayb se horrorizó y despues de tocarla con su baston, y mirar hácia la direccion de las puertas, continuó su camino, pensando componer sobre el hecho un cuentecito sentimental.

En su voz había algo que no conocía: su amor por usted, el rencor de tener que abandonar la felicidad que se prometía con usted. ¿De modo que ya no puedes tolerar mi vista? ¿Tanto te horrorizo? La dije estas palabras, y muchas, muchas otras. Ella me respondió únicamente:. ¿De quién es la culpa? Óigame usted: este era el primer reproche que me dirigía después de tantos meses de dolor.

Es inútil: debo morir... Tengo derecho á que me fusilen... He causado muchos daños... Me horrorizo de misma al recordar todos los delitos consignados en la sentencia... ¡Y aún hay otros que ignoran!... La soledad me ha hecho conocerme tal como soy. ¡Qué vergüenza!... Debo irme: todo lo he perdido... ¿Qué me queda que hacer en el mundo?...

Nada... ¿has visto qué bárbaro?... sin dar la menor importancia á lo del casamiento. Ahora lo comprendo todo. ¡Qué monstruosidad! ¡Casar aquel dije con semejante estafermo! Ya se ve... ella no lo repugna... no lo entiende... ¿quién diablo sabe?... pero yo lo entiendo... y me espeluzno... me horrorizo.

Si ella hubiera visto antes lo que yo tenía en el pecho, no hubiera sido menester que llegase D. Jaime para que se apartase de con horror. Yo mismo no lo veía antes. Ahora lo veo y me horrorizo.

»Te hice sufrir una injuria; » no supiste perdonar la injuria y levantaste tu mano armada contra un hombre y le mataste. » no eras merecedor de la felicidad. »El ángel que yo te había dado, vio sangre humana en tu frente y se horrorizó de ti... »Y el horror le mató. »Le mató como un tósigo lento.

»Usted lo comprenderá todo cuando haya leído mi historia: quizá hasta sabe usted de mi secreto más de lo que yo sospecho. Alguna vez, en el delirio de la enfermedad, debo haber revelado feas cosas. ¿Por qué si no, habría usted alejado de mi lecho a todos mis parientes? »¿Se horrorizó usted de lo que dejaba escapar mi miserable boca? ¿Me compadece usted? ¿Me desprecia usted?

Magdalena, cuándo saldré de este pueblo, de este medio y de estos inconvenientes... ¡Qué sueño! Qué ida la de apurarte de ese modo dije descontenta. Se está muy bien aquí... , habla por ti, tranquila y dulce Magdalena; yo me ahogo en medio de las ideas antidiluvianas que nos rodean. Me horrorizo ante estas cadenas de prejuicios... Todo esto me irrita, y acabará por volverme mala.

Me horrorizo de pensar en el peligro a que te expones de incurrir en los más espantosos pecados, de amargar la existencia de un anciano venerable, deshonrando sus canas, y de ser ocasión, si no causa, de irremediables infortunios.

Pues no digo nada si, movida por la vanidad o por pasiones más tiernas y propias de tus verdes años, y cegada por ellas hasta desconocer la ruindad del sujeto que te enamora, te casas al fin con un hombre de tu clase, con algún palurdo de esta tierra. ¡Qué desgracia la tuya entonces! ¡Pronto llegaría el desengaño! Vaya..., me horrorizo de pensar en ello. Sería una profanación.