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Actualizado: 3 de junio de 2025


El teatro de Hervieu no es «un teatro con tesis», como algunos mal informados creyeron; un «teatro de ideas», teatro veraz, lógico, un poco triste, real, en fin... donde siempre aparece «la dolorida pequeñez humana de hinojos ante los grandes precipicios sociales».

Y más no te he de decir, aunque tu furor lo intente, y aunque perezca inocente, por mi amor sabré morir. ¡Ah, la osada rebeldía! exclamó el xeque, la mano llevando, en su furia insano, al puño de su gumía. Su desventura midió la triste, cerró los ojos, y desplomada, de hinojos ante su padre cayó.

Entonces es usted feliz, hijo mío. ¡, lo soy! exclamó el doctor cayendo de hinojos, porque poseyendo esa fe ciega puedo postrarme a sus pies y decirle: «Padre mío, nadie mejor que usted merece que rodee su cabeza la aureola de los santos, puesto que ha consagrado a curar a los enfermos y a socorrer a los pobres su existencia entera. Todas sus acciones son puras y benditas a los ojos de Dios.

Creía que mientras más lo callara y menos lo pensara, mayor sería el olvido, y no me atrevía a confesarlo, por temor de que con la confesión renaciera y me atormentara otra vez. Se había sentado en una silla baja y sus brazos tocaban las venerables rodillas del héroe. Quien no la viera de cerca, creería que estaba de hinojos.

No tardó, sin embargo, haciendo un esfuerzo poderoso de ingenio como el anterior, en hallar el camino de la selva donde le aguardaba su simpática vecina. El café que sirven los domingos es peor que el de los demás días. Y se ruborizó al expresar esta juiciosa opinión, lo mismo que si hubiera dicho postrado de hinojos: ¡Te adoro, ángel mío!

La Nela se deslizó intrépidamente, poniendo su pie sobre las zarzas y robustos hinojos que tapaban el abismo; y sosteniéndose con una mano en las asperezas de la peña, alargó la otra hasta pillar el rabo de Lili, con lo cual le sacó del aprieto en que estaba. Acariciando al animal, subió triunfante a los bordes del embudo.

De rama a rama, de tronco a tronco, en todas direcciones subían y bajaban hilos de araña que se le metían por ojos y boca al ex-regente, que escupía y se sacudía las telas sutilísimas con asco y rabia. ¡Esto es un telar! gritaba, y se envolvía en los hilos como si fueran cables, procuraba evitarlos y tropezaba, resbalaba y caía de hinojos, blasfemando, contra su costumbre.

Según dejamos dicho, la iglesia estaba completamente desmantelada; en el altar mayor pendían aún de las altas cornisas los rotos jirones del velo con que le habían cubierto los religiosos al abandonar aquel recinto; diseminados por las naves veíanse algunos retablos adosados al muro, sin imágenes en las hornacinas; en el coro se dibujaban con un ribete de luz los extraños perfiles de la obscura sillería de alerce; en el pavimento, destrozado en varios puntos, distinguíanse aún anchas losas sepulcrales llenas de timbres, escudos y largas inscripciones góticas; y allá á lo lejos, en el fondo de las silenciosas capillas y á lo largo del crucero, se destacaban confusamente entre la obscuridad, semejantes á blancos é inmóviles fantasmas, las estatuas de piedra que, unas tendidas, otras de hinojos sobre el mármol de sus tumbas, parecían ser los únicos habitantes del ruinoso edificio.

Entonces el majo se abatió á las súplicas, á los halagos, empleando los recursos de su ingenio en persuadirla. Todo fué en vano. La irritada joven le escuchaba inflexible y repetía con tenaz resolución: Me voy, me voy: no quiero sufrir más. Cayó al fin el guapo de hinojos y la retuvo por el vestido, dirigiéndole ruegos tan vehementes y haciéndole promesas tan disparatadas que Soledad vaciló.

Viéndose, pues, don Quijote libre y desembarazado de tantas pendencias, así de su escudero como suyas, le pareció que sería bien seguir su comenzado viaje y dar fin a aquella grande aventura para que había sido llamado y escogido; y así, con resoluta determinación se fue a poner de hinojos ante Dorotea, la cual no le consintió que hablase palabra hasta que se levantase; y él, por obedecella, se puso en pie y le dijo: -Es común proverbio, fermosa señora, que la diligencia es madre de la buena ventura, y en muchas y graves cosas ha mostrado la experiencia que la solicitud del negociante trae a buen fin el pleito dudoso; pero en ningunas cosas se muestra más esta verdad que en las de la guerra, adonde la celeridad y presteza previene los discursos del enemigo, y alcanza la vitoria antes que el contrario se ponga en defensa.

Palabra del Dia

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