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La brava y leal jauría, al ver á su dueña hermosa, á ella corre presurosa trasportada de alegría, y el jinete, que refrena al bruto con fuerte mano, ansioso, anhelante, insano, del arzon salta á la arena. ¡Hija! al ver á Leila en pié, llena de vida, radiante, gritó el xeque delirante ¿quién te salvó? No lo

Desvanecida por el terror..... ¡El terror! ¡y el infame á quien debiste la vida, y al que ni áun viste, cobró su precio en mi honor! ¡Oh padre! ¡no te comprendo! relevando la cabeza dijo Leila con fiereza. ¡Que no me entiendes! ¡Mintiendo tu torpe maldad aumentas! el xeque exclamó con furia. ¡Estoy leyendo la injuria en estas manos sangrientas!

¡No! murmuró en un rugido el xeque; ¡la muerte fuera tu perdon! ¡más te valiera, infame, no haber nacido! Y despiadado, brutal, del suelo la levantó, con ella al corcel saltó, partió como el vendaval; sin ladridos la jauría fué tras su fiero señor, y á poco el postrer rumor en la noche se perdia.

Y más no te he de decir, aunque tu furor lo intente, y aunque perezca inocente, por mi amor sabré morir. ¡Ah, la osada rebeldía! exclamó el xeque, la mano llevando, en su furia insano, al puño de su gumía. Su desventura midió la triste, cerró los ojos, y desplomada, de hinojos ante su padre cayó.

Y ella, apagando su ira, que horrenda y aterradora brillaba en sus negros ojos, y con dulce y cadenciosa voz, que doliente imploraba, apenada y melancólica, ¡Ved, señor, que éste es mi hijo y que es mi esperanza sola! exclamó; y el fiero xeque, con voz terrible, espantosa, en que vibraban heridas las fibras de su alma rotas, ¡Maldito! exclamó ¡maldito! y huyendo, la calle lóbrega ganó, se perdió por ella, y con voz triste, medrosa, ¡Maldito! repitió un eco que surgió de entre la sombra.

En sus órbitas rodaron los ojos del xeque fiero; su diestra el brazo hechicero que las Gracias modelaron asió con fuerza brutal, y doblegando á la triste exclamó; Si no mentiste; si la humillante señal de los brazos de un insano, que atreviéndose á mi honor aprovechó tu pavor, mienten tambien; si es en vano

Y tales los de Leila se exhalaron, tan apenados, tan profundos fueron, tan claro al padre su dolor contaron, que sus fieras entrañas abrasaron y su altivez indómita rindieron. «¡Ah de la vida y su tormenta brava! siniestro el xeque murmuró, y sombrío: ¡Surge á la luz la mariposa esclava, el dormido volcan revienta en lava, el arroyuelo se convierte en rio