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El uno preconizaba el uso del agua fría en los baños; el otro se revolvía contra este procedimiento y afirmaba con datos estadísticos que el agua fría aumentaba la mortalidad un treinta y cuatro por ciento, mientras el uso del agua caliente la rebajaba hasta un veintitrés. El resultado de esto era que nadie sabía a qué atenerse en la casa y todo el mundo andaba de cabeza.

De sus ascendientes rusos, medio orientales, había heredado una gran capacidad sensual que le hacía buscar á la mujer, y al mismo tiempo un desprecio inalterable por ella. La mimaba, pero no podía amarla; la adoraba, y se revolvía indignado siempre que pretendía colocarse á su mismo nivel.

Allá por dentro, la cólera le carcomía las entrañas, se le mezclaba a la sangre. ¡Cuánto trabajo le costaba reprimir los ciegos ímpetus de ira que a cada paso le acometían! Dos de sus amigos comentaban la sesión, mientras él, silencioso, lívido, con sus eternas ojeras más pronunciadas aún, revolvía el líquido con una cucharilla.

Mientras el rey revolvía sus planes de guerra á los moros, representaba Gil Vicente su Exhortaçao da guerra.

Eso era lo que había herido sus ojos desde el primer instante, con tal extrañeza, que perturbó su visión. ¡Ay, estas flores!... Pasó el resto del día pensando en ellas. Al tenderse en su lecho, la obscuridad simplificó la maraña de pensamientos y dudas que se revolvía en su cerebro. Lo vió todo con una nitidez fría y cortante. «¡Ya ha sido

Se arrastraba doliente en los medios imitando los gemidos burlescos del muchacho herido, y saltaba de súbito pregonando el placer, el baile, la embriaguez y el olvido de penas y trabajos. Abriendo el pupitre de un escritorio de ébano, la marquesa revolvía papeles, cartas, objetos diversos.

Del pantano de sangre en que habia convertido los Paises-Bajos, revolvia ahora amenazante hácia la parte donde retoñaba bajo la influencia otomana el peligroso proselitismo islamita.

Entretanto que esto pasaba, el de la hopa revolvía una al parecer como bolsa que divisó en el suelo, allí en el mismo sitio donde el usurero Antúnez se atrincheró, encorvándose y encogiéndose para no ser salteado por los tropeles del Canique.

Pero los robos autorizados por los jefes, los saqueos en masa por orden superior, seguidos del incendio, le parecían tan inauditos, que permanecía silencioso, como si la estupefacción paralizase su pensamiento. ¡Y un pueblo con leyes podía hacer la guerra de este modo, lo mismo que una tribu de indios que parte al combate para robar!... Su adoración al derecho de propiedad se revolvía furiosa contra estos sacrilegios.

El mismo orgullo de Morsamor, el superior valer que atribuía a sus hechos se revolvía en daño suyo y servía para deprimirle. Acabada por él la obra que incumbía a los pueblos meridionales de nuestro continente, la fuerza, el imperio y la inteligencia dominadora iban a pasar a otras manos.