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PEDRO BAYLE, renovando los errores de los Manicheos, quiere averiguar el origen de los males físicos y morales de los hombres por las luces naturales; mas sus conatos fueron vanos como lo demostró LEIBNITZ en su Teodicea, compuesta principalmente para tratar este asunto.

Justo es reconocer que nunca el arte pictórico reprodujo un grupo más seductor que el que formaban, casi juntas, las cabezas de aquellas dos criaturas, tan diametralmente opuestas en sus rasgos físicos y en su carácter, que no parecía sino que el propio Rafael las había unido para hacer un estudio de dos tipos graciosos en igual medida, aunque ofreciendo con su unión el contraste más vivo.

Los físicos al considerar la inercia como propiedad de la materia, han atendido, tal vez mas de lo que ellos se figuran, á la idea de extension que nos presenta lo inerte por excelencia. Apenas se puede hablar sin que se las exprese; diríase que son elementos constitutivos de la inteligencia, pues que sin ellas se desvanece como fugaz ilusion.

Más, así como no es posible que el mismo medicamento produzca en todos los indivíduos los mismos síntomas físicos; así tambien los síntomas morales de un medicamento varian segun las personas sujetas á la esperimentacion, sin perder lo que hay de esencial y característico en ellos.

Nuestros vecinos los ingleses, no se han regenerado sino por la práctica constante de los ejercicios físicos.

Inmediatamente dió órden á sus ingenieros que hicieran una máquina para izar fuera del reyno á estos dos hombres extraordinarios: tres mil buenos físicos trabajáron en ella, y se concluyó al cabo de quince dias, sin costar arriba de cien millones de duros, moneda del pais.

Lo que puedo deciros es que estaba completamente transformada: sólo conservaba de lo que había sido, la cicatriz de la herida que se había hecho en la mano derecha al huir de la infamia: por lo demás los gérmenes morales y físicos que en ella existían cuando yo salí seis años antes de Madrid, se habían desarrollado: en lo moral no era ya pobre muchacha de maneras humildes, viva y tímida a un tiempo, recelosa y confiada, conocedora sólo de la miseria y resignada por un instinto de fuerza a su pobreza: era en el aspecto una dama en la que nada podía echarse de menos, ni las maneras sueltas, dignas y sin afectación del gran mundo, ni el gusto más exquisito en el traje, ni la posesión de misma, ni la ausencia de toda afectación, de todo encogimiento: quedaba siempre en ella la mirada lúcida, anhelante; la dulce palidez, la triste sonrisa, la expresión melancólica y profundamente resignada; pero no era aquella la resignación que se refiere a los dolores físicos, a las privaciones, al trabajo, a la carencia de todo lo necesario: era una resignación más terrible, porque se refería al infortunio del alma; a la carencia de esas expansiones, sin las cuales un ser humano no es otra cosa que un cadáver a quien su propio cuerpo sirve de ataúd ambulante.

Cristeta era un caso enteramente distinto. Sus encantos físicos podían calificarse de excepcionales.

Una vez se le ocurrió encaramarse en la cima de un escarpado peñasco, precipitarse desde allí de cabeza y hacerse una tortilla. Pero si no quedaba muerto al punto y sólo se rompía un brazo, una pierna o las dos, ¿no le dolería mucho, y quedándose vivo añadiría los dolores físicos a los dolores morales de que había querido libertarse?

En seguida hablaba de sus males físicos, de la inquietud de su padre por su salud: la habilidad de éste para curar a los enfermos era mayor que la de una hermana de caridad.