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Estaba seguro de que le buscaba á él, trayéndole la más fatal de las noticias. Efectivamente, el telegrafista fué hacia su mesa y le entregó el despacho. Gillespie abrió el sobre con mano temblorosa, buscando inmediatamente la firma del telegrama. ¡Lo que él había pensado!... El despacho iba suscrito por mistress Augusta Haynes.

Ahora pudo ver bien á sus tripulantes: cuatro jóvenes rubias, esbeltas y de aire amuchachado. Gillespie hasta les encontró cierta semejanza con miss Margaret Haynes cuando jugaba al tennis. Estas amazonas del espacio le saludaron con palabras ininteligibles, enviándole besos.

¡Gran Dios!... Miss Margaret Haynes, por otro nombre Popito, tenía las ropas manchadas de sangre. Su rostro estaba empalidecido por una lividez mortal. Sus labios eran ahora azules, y una humildad dolorosa parecía haber agrandado sus ojos.

Acostumbrada á ver en los salones de su casa á muchos hombres que habían empezado su carrera siendo pobres y ahora eran millonarios, se imaginó que esta era inevitablemente la historia de todos los humanos y que á Edwin le llegaría su turno. Pero la madre velaba, y cortó con una enérgica resolución esta rebeldía mansa. La señora y la señorita Haynes desaparecieron de su hotel.

Luego se marchó para que Edwin pudiese volver á leer con toda calma aquel papelillo que contenía todo un mundo de felicidad. La dulce miss Margaret Haynes le telegrafiaba para ordenarle que volviese cuanto antes, añadiendo que si había recibido un despacho de su madre con la noticia de que ella estaba gravemente enferma no hiciese caso alguno.

Después, durante el verano, siguieron conversando y bailando en las playas del Atlántico más de moda. Miss Margaret era la hija única del difunto Archibaldo Haynes, que había reunido una fortuna considerable trabajando con éxito en diversos negocios.

Experimentó Gillespie una sorpresa que no por haberse repetido muchas veces resultaba menos intensa. «¡Miss Margaret Haynes!...» Luego tuvo que pensar, como siempre, que miss Margaret, aunque pequeña, grácil y delicada, no era tan diminuta, y que esta beldad pigmea sólo podía ser Popito.

¡Oh, Providencia, que alguna vez te acuerdas de los enamorados!... Gillespie, después de tales noticias, bajó al camarote para preparar sus maletas. Pero mientras cumplía este trabajo mecánico, su imaginación empezó á galopar por los campos del futuro, creando instantáneamente las escenas más risueñas. Se vió unido á miss Margaret Haynes, que había pasado á ser mistress Gillespie.

Siendo mistress Augusta Haynes el Padre de los Maestros, era natural que Popito fuese su hija. ¿Cómo iría á terminar toda esta historia empezada al otro extremo de la tierra para reproducirse aquí en proporciones de burlesca exigüidad, pero con un carácter más dramático y peligroso?... Un mugido gigantesco penetró por su conducto auricular, haciéndole salir de su actitud reflexiva.

Una agradable sorpresa le conmovió entonces de tal modo, que por instinto hubo de tomar al pigmeo entre dos dedos de su mano izquierda para que no se cayese de la mano derecha.... Lo que él creía un hombre era miss Margaret Haynes que venía á visitarle. Su rostro, único en el mundo, le sonreía encuadrado por los velos, agradeciendo como un homenaje su extraordinaria sorpresa.