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Acaeció que la víspera del día señalado, estando Sebastián á la puerta de su casa, que proyectaba transformar en suntuoso palacete, vió á la niña de la fuente que pasaba descalza y con la herrada en la cabeza.

Ella misma admiraba su laboriosidad. ¿Quién podía haber supuesto años antes tales cualidades en la dueña del lujoso palacete de la Avenida del Bosque, que los más de los días se levantaba á las tres de la tarde?... Todo se lo debo á mamá. Me eduqué en un colegio de Inglaterra cuando era de moda sustituir el ejercicio físico de los sports con los trabajos domésticos.

Siguiendo el contorno del edificio llegó á una plaza sobre la que avanzaba un palacete anexo á la Universidad. Era una construcción de tres pisos, cuya altura no pasaba de la mitad de sus muslos, y en cuya techumbre, libre de emblemas y de barandas, podía sentarse cómodamente. Así lo hizo Gillespie con suspiros de satisfacción.

Además continuó con tristeza , ¿qué sería de si me faltase el juego? no debes haber olvidado cómo era yo cuando nos vimos la última vez. No te pasarían inadvertidos ciertos gustos... Se acordó Miguel de la invitación «á la pipa», de aquel perfume que llenaba el «estudio» del palacete de la Avenida del Bosque. Todo aquello se acabó; el juego y otra cosa me lo hicieron abandonar.

Llamó como persona acostumbrada a considerarse hasta cierto punto en la propia casa y cuando le vi entrar en el amplio y suntuoso patio, subir lentamente la escalera y desaparecer en la antecámara del palacete, comprendí mejor que nunca por qué aquel joven flaco, de aspecto tan modesto y de actitudes tan resueltas no sería en ningún caso lacayo de nadie y tuve el sentimiento neto de su destino.

Estaba solo, debía sentirse triste, y le invitaba á comer, sin ceremonia, como parientes que eran. Sus excusas provocaron nuevas invitaciones por teléfono. El príncipe, como el que cumple un aburrido deber social, acabó por ir un anochecer á su palacete de la Avenida del Bosque, una de las numerosas imitaciones del Pequeño Trianón que existen en el mundo.

La señora sentía deseos de salir á las horas más extraordinarias: cuando acababa de llegar de un baile, muchas veces después de haberse acostado, ó en las primeras horas de la mañana, que eran para ella lo que son las horas de profundo sueño para los demás mortales. En otras temporadas, los chófers se relevaban durante semanas enteras sin franquear la verja del palacete.

La mitad de su renta fué para el duque, que viajaba ó vivía en París en casa de una antigua amante, mientras Alicia podía hacer su voluntad en su palacete blanco de la Avenida del Bosque, ostentando una corona ducal un sus ropas interiores, en sus vajillas y en las portezuelas de los automóviles. La pequeña amazona de las cabalgadas matinales era ahora una mujer de soberbia belleza.

Ocupa el palacete de Rostand la cima de un altozano situado en la confluencia de los ríos Nive y Arnaga. Un trozo del bien cuidado jardín que la rodea es copia afortunada del «Petit Trianon» versallés. Los terrenos colindantes, sembrados de encinares, son feraces y agrestes, y en la quietud estrellada de las noches de estío se oye la voz del Nive, espumoso y violento.

Extendían sus plumajes a una altura tres o cuatro veces mayor que la de los edificios, rectas como los fusteles de una columnata, alineadas lo mismo que una tropa de soldados viejos, y ofreciendo en el fondo la rápida visión de un palacete de láctea blancura.