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He dicho.» E iniciado el debate, habríamos discutido con todos los turnos que fuesen menester, y al reasumir yo, es seguro que, en uso de vuestros derechos individuales, os habríais ido al catre, sin que el Mosco las echase de tirano centralizador. Pero ahora, después de vuestra calaverada sin substancia, veo difícil que encaucemos el debate.

Todo lo que me rodeaba era nuevo y desconocido para : mi capital se componía de poco; mis ropas, mi catre y mis libros; todos mis compañeros tenían padres que velaban por ellos, que les escribían, que los regalaban. Sólo yo acostumbraba de tarde en tarde a recibir dos letras de mi tío Ramón, en las que me anunciaba el envío de lo indispensable.

El pariente de estotra no trabajaba, porque se había caído de un andamio y hacía tres meses que estaba en el catre con un tolondrón en el pecho y muchos dolores, echando sangre por la boca. Tantas y tantas lástimas oprimían el corazón de Jacinta, llevando a su mente ideas muy latas sobre la extensión de la miseria humana.

Y el cura Cañete, próximo a tener un suplemento de doscientos pesos, entró contoneándose al número 70 de la calle de Paraná, acompañado de aquel cuya oratoria había vencido su voluntad. El número 70 era un cuartujo de mala muerte. El cura, al penetrar, no encontró sino un miserable catre en un rincón y en él, agonizante, un hombre ya de edad.

Imposible; necesitaría, más que la pluma, el estómago de Zola, y al lado de mi narración, la última página de Nana tendría perfumes de azahar. Luego, una silla, y por fin, un catre. Pero un catre pelado, sin colchón, sin sábanas, sin cobertores y con una almohada que, en un apuro, podría servir para cerrar una carta en vez de oblea. El piso está alfombrado...¡de arena!

Siguió llamando apresurado, y al fin, a los golpes, vino el almacenero de la esquina, quien al encontrarse con el cura se sorprendió, y más al oírle decir: ¿Dónde está el enfermo? ¿Qué enfermo? El que vivía en este cuarto. ¡Si este cuarto no está habitado todavía!... ¡Hoy me lo alquilaron unos mozos, pero aun no han traído sino un catre!...

Eso mismo fue lo que hice yo aquella noche, así que hubo vencido la tentación; y, mientras me iba quedando dormido, pensaba para mis adentros: No, no; ninguna mujer te hará ser infiel a tu catre duro y estrecho de soltero... Aun cuando se llame Yolanda, y aun cuando sea de la sangre más noble y pura que haya puesto Dios sobre la tierra... ; esa menos que cualquier otra... Porque... ¡quién sabe!...»

Era un día en que el tío Magano andaba á la mar, y la tía Carpa á vender un carpancho de sardinas. Cafetera estaba solo en casa, sentado sobre un arcón viejo, único mueble de ella, no contando el catre matrimonial, rascándose la cabeza como aquel que acaricia una idea de gran transcendencia, y murmurando algunas palabras, no todas evangélicas, las más de un colorido asaz rabioso.

Porque little Georgy se había resistido con una tenacidad británica, increíble en sus dos años de edad, a aceptar todos los medios nacionales de transporte que se le había indicado, tales como los brazos de un indio a pie, una canasta sobre una mula, a la que haría contrapeso una piedra del otro costado, un catre llevado a hombros y sobre el cual lo acompañaría su bonne, los brazos del maitre d'hôtel... nada, little Georgy quería ir con su padre, y con su padre fue casi todo el camino, sin que éste, bueno, bondadoso, tuviera una palabra agria contra el niño.

Aún rebuscaba en su falda las migajas sobrantes para aprovecharlas, cuando se oyeron crujidos de catre, carraspeos, los ruidos característicos del despertar de una persona, y una voz entre quejumbrosa y despótica llamó desde la alcoba cercana al portal: ¡Amparo! Se levantó la niña y acudió al llamamiento, resonando de allí a poco rato su hablar.