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He dicho.» E iniciado el debate, habríamos discutido con todos los turnos que fuesen menester, y al reasumir yo, es seguro que, en uso de vuestros derechos individuales, os habríais ido al catre, sin que el Mosco las echase de tirano centralizador. Pero ahora, después de vuestra calaverada sin substancia, veo difícil que encaucemos el debate.

Habríais sentido lástima al verle tan consumido. Sólo le quedaban los huesos y la piel, después de tantos esfuerzos. Parecía tener dos siglos más que su edad. En cambio, Eva podía pasar por su biznieta. Esto último no sorprendía al tío Correa.

Vos tenéis el corazón hecho pedazos, yo también; vos amáis, yo también amo; pero amo con más heroísmo que vos, y lo sacrifico todo á mi amor... todo... hasta los celos. Venís muy donosamente loco, tío; yo creí que os habríais dejado á la puerta de mi celda vuestros cascabeles de bufón. En efecto, ni aun en los bolsillos los traigo.

Por mas profundas que fuesen las convicciones de Belarmino sobre la potestad indirecta, ¿habriais exigido de él, que se expresase en Paris de la misma suerte que en Roma?

Las viajeras descendieron, deteniendo sus miradas, no sin cierto asombro, en el joven oficial que se encontraba allí algo confuso con su sombrero de paja en la mano derecha y en la izquierda la gran ensaladera rebosando de achicoria. Luego, designando a su compañera de viaje: Miss Bettina Percival, mi hermana: lo habríais adivinado, creo. Nos parecemos mucho, ¿no es verdad? ¡Ah!

Si yo hubiera naufragado aquella noche, vosotros también habríais segado mi cabeza, aun cuando no llevase una corona. Se la venderíais a mis hijos y os la pagarían bien. ¡No diga, tal señor! Se la presentaríamos en una fuente de plata cuando estuviesen sentados a la mesa. Y se la comerían como un rico manjar. Don Pedrito diría: ¡Yo quiero la lengua!

Me parece que si hubiese estado en vuestro lugar, o vos en el mío pues viene a ser lo mismo , no os habríais imaginado que todo estaba como lo habíais dejado.

Pero también os ha dicho que quizá sería para un casamiento demasiado tranquilo, muy poco brillante. ¡Oh, qué mala hermana! ¡Queréis creer, Richard, que no consigo quitarle ese temor; no comprende que ante todo quiero amar y ser amada! ¡Creeréis, Richard, que la semana pasada me tendió un lazo horrible! ¿Sabéis que en el mundo existe un príncipe Romanelli? , y habríais podido ser Princesa.

Se embarcó en el mismo buque que nosotros, para La Habana. ¡Qué mudado estaba, y cuán desgraciado era! ¡Estoy seguro de que no le habríais conocido; pero siempre tan suave, tan condescendiente, tan bueno! Poco tiempo después de nuestra llegada, murió de la fiebre amarilla. ¿Murió? exclamaron a un tiempo la marquesa y su hija. ¡Pobre, pobre Stein! dijo la condesa.

Pero ahora se acerca la Navidad, el santo día de Navidad, y si llevarais a asar vuestra cena y si fuéseis a la iglesia para verla adornada con muérdago y follaje, oír el oficio y comulgar en seguida, os sentiríais mucho mejor. Sabríais a qué ateneros y podríais poner vuestra confianza en Aquel que sabe más que nosotros, puesto que habríais cumplido con lo que es el deber de todos.