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De nada dirán, pues en San Andrés bendito me casé con mi Roque, que está en gloria, de la consecuencia de una caída del andamio. Esta dice que tiene el marido en Celiplinas, y será que desde allá le hace los chiquillos... por carta... ¡Ay, qué mundo! Te digo que sin criaturas no se saca nada: los señores no miran a la dinidá de una, sino a si da el pecho o no da el pecho.

Y con esto me despido, que vivo lejos, hermano Mohamad, haciendo gracia por ahora de las ceremonias y procesión con que aquí se me condujo, y del andamio, atalajes, cuadrigas y tiros con que se me porteó, pues ya está harta la locura de ir en cuestas de la sabiduría.

Hasta los peligros de muerte constituían una ventaja. La caída del andamio, el derrumbamiento de un piso, eran medios para salir rápidamente de este mundo de miserias, acabando de una vez. Todo resultaba preferible a su existencia actual, a su situación ambigua, sin el mendrugo de los de abajo ni el bienestar que gozan los de arriba.

Y junto con un temblorcillo instintivo, experimentó cierta satisfacción. Le dolía que le perdonasen el golpe, como si fuera él un irresponsable. Al ver la actitud agresiva de Tono, púsose en guardia, como un gallito encrespado, pero los dos se contuvieron, notando que llamaban la atención de algunos albañiles que con el saquito al hombro pasaban camino del andamio.

El funámbulo, el domador de fieras, el albañil subido en un andamio, el minero que penetra en una mina insegura, en fin, casi todos los hombres exponen su vida por cualquier cosa, por un miserable jornal, por una mezquina cantidad de dinero. ¿Qué hizo más Edgardo por Lucía de Lammermoor, qué hizo más D. Suero de Quiñones por la señora de sus pensamientos, que lo que puede hacer y hace a cada instante, con menos estruendo, el último perdido, por ganar unas cuantas pesetas?

-Antes creo, Sancho -dijo don Quijote-, que te quieres encaramar y subir en andamio por ver sin peligro los toros. -La verdad que diga -respondió Sancho-, las desaforadas narices de aquel escudero me tienen atónito y lleno de espanto, y no me atrevo a estar junto a él.

Los barberos eran mujeres y pasaban de una docena. El más antiguo de ellos, de pie en uno de los hombros y rodeado de sus camaradas, daba órdenes como un arquitecto que, montado en un andamio, examina y dispone la reparación de una catedral. Empezaron los hombres de fuerza á tirar de otras cuerdas para subir al extremo de ellas grandes cubos llenos de un líquido blanco y espeso.

Y tampoco te expondrás a ningún percance, porque verás los toros desde el andamio. ..., pero explícate...; no me hagas ir a ciegas...; explícate.... Se va a pasar la hora. Urge ir a mi casa. No hay tiempo para darte explicaciones, ni las necesitas. Ea, despáchate. Toma un mantón, échalo bien a la cara para que no te la vean.

Ultimamente, sus mismas brutalidades y su desenfreno lo han llevado a comprometer la República en una guerra exterior en que el Paraguay, el Uruguay y el Brasil, lo harían sucumbir necesariamente, si la Europa misma no se viese forzada a venir a desmoronar ese andamio de cadáveres y de sangre que lo sostiene.

De árbol á árbol se suspende un rústico andamio, formado de dos cañas paralelas, por las que cada veinticuatro horas recorre el mananguitero todas las cimeras de las palmas. El mananguitero lleva colgado á la cintura el cabuic, ó sea un cilindro hueco de madera, en el que vacía los jugos que encuentra en cada coco.