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Y puesto que Doña Francisca no podía dar a su niña dinero o efectos, ni aun en mínima cantidad para ayuda de un catre, él daría a Luquitas alojamiento en lo alto del depósito de ataúdes, y un sueldecillo en la sección de Propaganda.

Las fatigas de los primeros ejercicios, el movimiento confuso de la capital, tan nuevo para él, no le dejaban lugar para abandonarse a sus ideas; solamente cuando estaba tendido sobre su catre, a la hora tranquila del crepúsculo, la melancolía y los recuerdos lo asaltaban con una violencia extraordinaria.

Constaba el mueblaje de cuatro sillas de Vitoria, un sofá viejo de espadaña y una cómoda de nogal. Por la ventana, que descubría mucho cielo, entraba la claridad a torrentes. Tras una puerta vidriera entreabierta veíase la alcoba y en ella un catre de hierro cubierto por una colcha de cotonía.

Y cuando se cree una que es el acabose de la pobreza, resulta que hay otros más miserables, porque una se echa a la calle, y pide, y le dan, y come, y con medio panecillo se alimenta... Pero estos que juntan la vergüenza con la gana de comer, y son delicados y medrosicos para pedir; estos que tuvieron posibles y educación, y no quieren rebajarse... ¡Dios mío, qué desgraciados son! lo que discurrirán para matar el gusanillo... Si me sobra dinero, después de darle de almorzar, he de ver cómo me las compongo para que tome la peseta que necesita para pagar el catre de esta noche.

Allí ; prohibí enérgicamente toda tentativa de buen gusto... Y mi viejo catre... naturalmente... nadie se había atrevido a ponerle las manos encima. ¡Ah, , señores! esa cama...

Se tiende el catre en cubierta, y sobre él, un espeso mosquitero, cuyos bordes se sujetan sobre la estera que sirve de colchón. En seguida, con precauciones infinitas, se desliza uno dentro de aquel horno, teniendo cuidado de ser el único habitante de la región comprendida entre el petate y el ligero lienzo protector.

Lo que es que ni ropa, ni casa, ni pagar un triste catre, que mismo has desfondicao... ni . Más lo siento yo que . Y quiso prodigarle en besos lo que no podía en pesetas; mas ella se desprendió de sus brazos, diciendo desabridamente: Estos marranos de hombres creen que tener querida es tener guitarra, que se deja tocar sin que la den de comer.

En seguida dió un par de chupadas á una punta que halló pegada á la testera del catre, mientras se amarraba con una escota los enciclopédicos calzones á la cintura; ocultó sus greñas bajo la cúspide de un gorro catalán; y, por último, lanzóse calle abajo en busca de aventuras, osado el continente, alegre la mirada, y tan lleno de júbilo como pudiera estarlo, en un caso muy parecido, el famoso manchego, si bien, á la inversa de éste, no se le daba una higa porque la posteridad recordase ó no que ya el rubicundo Apolo extendía sus dorados cabellos por la faz de la anchurosa tierra, cuando él, perdiendo de vista su casa, comenzó á respirar los corrompidos aires de la Dársena.

El cura no oyó más, y salió en dirección a la comisaría a dar cuenta de que lo habían robado. Se abrió la puerta y en el cuarto no se encontró sino un catre y un cabo de vela. Enfermo y enfermero se habían hecho humo. Para engañar al pobre Cañete, los ladrones halagaron su pasión dominante.