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Pero este mal deseo resultaba inútil. Todos se mantenían firmes. Aquel imbécil de Moreno había hecho bien las cosas al ayudar á Canterac. Sintió frío en sus extremidades y que toda la sangre se le agolpaba al corazón viendo cómo se ocultaba la pareja en un tupido cenador de ramaje, al final de una avenida. Era el famoso «santuario» del oficinista.

Para él, quien llegaba a la silla de Toledo era un hombre perfecto, cuyos actos no se podían discutir, y hacía oídos sordos a las murmuraciones de canónigos y beneficiados, los cuales, fumando un cigarrillo en el cenador de su jardín, hablaban-de las genialidades de aquel señor de Inguanzo, indignado contra el gobierno de Fernando VII porque no era bastante «neto» y por miedo a los extranjeros no osaba restablecer el saludable Tribunal de la Inquisición.

El miedo a las expansiones naturales de aquel espíritu ardiente le había hecho cambiar el plan suave de los primeros días por aquel otro expuesto en el cenador del Parque, más parecido a la ordinaria disciplina a que él sometía a los penitentes; pero ya veía don Fermín que era preciso volver a la blandura y dejar al instinto de su amiga más parte en la ardua tarea de ganar para el bien aquellos tesoros de sentimiento y de grandeza ideal.

Y doña Guiomar, levantándose con no pequeñas muestras de sobresalto, del cenador saliose llena de celosos cuidados, porque a solas dejaba con Miguel a Margarita; y más cuidosa hubiérase sentido doña Guiomar si en el alma de Cervantes pudiera haber leído; que éste creyó que doña Guiomar se encontraba en la mezquina y dura ocasión de una dama de poco más o menos, que estando al lado de un su enamorado, la visita de otro enamorado con quien tiene grandes respetos, y dejar de asistir a la cual no puede, la anuncian.

Hasta entonces no había salido de él, satisfecha de recorrerlo en todos sentidos, de tocar sus flores, de acariciar sus árboles y sentarse largas horas en el gran cenador leyendo una novela. Ahora le había entrado curiosidad de verlo todo, un deseo vivo de espaciarse por el campo imitando a su cuñada Clara. De buena gana hubiera tomado una carabina como ella.

Tomé su mano y deposité en ella un beso. Señora dije, ha hecho usted un magno servicio al Rey esta noche. ¿En qué parte del castillo lo tienen? Al otro lado del puente levadizo dijo bajando la voz, hay una maciza puerta, y tras ella queda... ¿Oye usted? ¿Qué ruido es ese? Se oían pasos fuera del cenador. ¡Están ahí! ¡Han anticipado su venida! ¡Dios mío, Dios mío! exclamó, pálida como un cadáver.

¡Pero el hombre aún estaba allí, á su lado, inmóvil debajo de la enredadera! La sangre subió otra vez aceleradamente al rostro y lo tiñó de fuerte color rojo. Una ola de fuego invadió su yerto corazón abrasándolo en ira. Dió tres ó cuatro pasos adelante. Al mismo tiempo el hombre salía del cenador y la claridad de la luna dejó ver las facciones atezadas y varoniles de Pedro.

El día siguiente a mi aventura en el cenador, trajeron el parte de policía en ocasión de hallarme jugando una partida de tresillo con Federico de Tarlein. Muy interesante viene el informe de esta tarde dijo Sarto sentándose. ¿Habla de cierta aventura nocturna?... Se cree que su destino es el castillo de Zenda, en dirección del cual salió, no por el tren, sino a caballo.

Cruzaban el zaguán de la casita, entraban en el jardín y se dirigían al cenador cubierto de viña virgen, que el pilón resguardaba. Hallábase el pilón vacío, y el tubo de bronce del surtidor no despedía ni gota de agua. Pero Pilar sabía de antemano la hora del singular fenómeno, y calculaba con exactitud.

Tenía mucho frío y mucho sueño; sin querer, pensaba en esto con claridad, mientras las ideas que se referían a su desgracia, a su deshonra, a su vergüenza, se mostraban reacias, huían, se confundían y se negaban a ordenarse en forma de raciocinio. Entró en el cenador y se sentó en una mecedora. Desde allí se veía el balcón de donde había saltado don Álvaro. El reloj de la catedral dio las siete.