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La mayor soberbia humana de Nabucodonosor, auto sacramental, del Dr. Mira de Mescua. La mesa redonda, auto sacramental, de Luis Vélez de Guevara. El tirano castigado, auto del nacimiento de Cristo, de Lope de Vega. El premio de la limosna, auto sacramental, del Doctor Felipe Godínez. El caballero del Febo, auto sacramental, de D. Francisco de Rojas Zorrilla.

Volved á ver, ó amigos, las arenas Del aurifero Tajo en paz segura, Y en dulces horas de pesar agenas. Que esta inaudita hazaña os asegura Eterno nombre, entanto que Febo Al mundo aliento, y luz serena y pura. O marabilla nueva, ó caso nuevo, Digno de admiracion que cause espanto, Cuya estrañeza me admiró de nuevo!

Tomando esta primera cosa conocida el yo como base o punto de referencia para la explicación de las demás cosas, el hombre llegó necesariamente a la personificación de todas las cosas del mundo real, desde luego, y a la de todas las del mundo imaginario después, suplicando en un principio directamente al sol para que enviase la luz y el calor y evitase los nublados y los eclipses, y después a Horo, a Dionisios, a Febo Apollo, a Jehová, a Dios, a San Antonio o a San Francisco.

Plega al cielo que los jueces que os quitaren el premio primero, Febo los asaetee y las Musas jamás atraviesen los umbrales de sus casas. Decidme, señor, si sois servido, algunos versos mayores, que quiero tomar de todo en todo el pulso a vuestro admirable ingenio.

Retireme temprano, que no les sientan bien a mis canas ver entrar a Febo en los bailes; acompañome mi sobrino, que iba a otra concurrencia. Bajé del coche, y nos despedimos. Pareciome no encontrar en su voz aquel mismo calor afectuoso, aquel interés con que por la mañana me dirigía la palabra.

Despues cuando ya Febo caminando Volvia con sus carros presuroso, Los campos con sus rayos matizando De rojo, verde, y blanco luminoso, Llegaron los Timbues pregonando, "Comprad de mi, que vendo mas gracioso." Y tanto regatean, que en Sevilla Podrian imprimir nueva cartilla.

En ésta figuran, al lado de personajes vulgares, un encantador, un duende, el dios Febo, Cupido, Orfeo, Medea y un demonio. Obsérvase en las otras dos composiciones de Alonso de la Vega cierta afición á lo fantástico y romántico, mucho más pronunciada y fuerte que en Lope de Rueda, censurable en La Serafina, y no del todo vituperable en La duquesa de la Rosa.

El caballero del sol se funda en el famoso libro del caballero Febo. La niña de Gómez Arias, representa una tradición de la época del primer levantamiento de los moriscos en las Alpujarras, muy divulgada también en los romances populares.

Calderón, por ejemplo, se inspiró en El Caballero del Febo para escribir su Castillo de Lindabridis; en el Fierabrás, para componer su Puente de Mantible; Montalván, en El Palmerín de Otiva, para escribir su comedia de igual título, etc.

Para honor de su ingenio, para gloria De su florida edad, para que admire Siempre de siglo en siglo su memoria, En este gran sugeto se retire Y abrevie la esperanza deste hecho, Y Febo al gran VALDES atento mire. Verá en él un gallardo y sabio pecho, Un ingenio sutil y levantado, Con que le dexe en todo satisfecho.