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Caminaron todavía algunos minutos por un espeso maizal que los ocultaba enteramente, y llegaron por fin á un sitio desde el cual vieron á corta distancia el campo donde se celebraba. Era un vasto prado de verde claro, todo circuído de avellanos. El espectáculo que ofrecía era á par sorprendente y deleitoso.

La puerta principal da á un buen vestíbulo, circuido de columnas jónicas, que sostienen un grande arco, orlado de trofeos militares. Este vestíbulo conduce al patio que se llama de honor, cuya longitud no bajará de ciento cuarenta á ciento cincuenta varas, sobre setenta de latitud.

Era un campo de figura irregular, más verde que los contiguos por tener riego, todo él circuido por dos filas de avellanos, cuyas ramas, saliendo de la tierra en apretado haz, tomaban la forma de enormes ramilletes. La figura de Rosa sentada en medio y la de las vacas que, diseminadas, mordían tranquilamente la yerba, resaltaban como puntos negros sobre el verde claro del césped.

Puestos en marcha todos, bien corrida ya la media mañana, delante el espolique llevando del ramal la cabalgadura que apenas se veía debajo de la balumba de mis maletas y envoltorios, sin salir del casco de la villa atravesamos por un puente viejo el Ebro recién nacido; y a bien corto trecho de allí y después de bajar un breve recuesto, que era por aquel lado como el suburbio de la población que dejábamos a la espalda, vímonos en campo libre, si libre puede llamarse lo que está circuido de barreras.

Se izaron las velas, se puso el Flash en rumbo al puerto, y cayó su piloto, no en su embriagadora obsesión de costumbre en casos tales, sino en las garras crueles de sus amargos pensamientos. Volaba el yacht cargado de lonas, arrollando garranchos y carneros, saltando como un corzo de cresta en cresta y de seno en seno, circuido de espumas hervorosas, juguetón, ufano... ¿Y para qué tanta ufanía y tanta presteza? Para tortura del pobre mozo, que veía en la llegada al puerto la caída en un abismo sin salida para él... Mirárase el caso por donde se mirara, siempre resultaba el mismo delincuente, el mismo responsable: él, y nadie más que él fue débil complaciendo a Nieves, sin consentimiento de su padre, en un antojo tan serio, tan grave, como el de salir a la mar a hurtadillas y con, el tiempo medido; fue un mentecato, un majadero, haciendo valentías en ella, sin considerar bastante los riesgos que corría el tesoro que llevaba a su lado; fue un irracional, un bárbaro, rematando sus majaderías con la bestialidad que produjo el espantoso accidente... No lo había dicho en broma, no: merecía ser entregado por la Guardia civil a los tribunales de justicia, y agarrotado después en la plaza pública, y execrado hasta la consumación de los siglos en la memoria de don Alejandro Bermúdez y todos sus descendientes. Y si don Alejandro Bermúdez y la justicia humana no lo consideraban así, ni el uno ni la otra tenían sentido común ni idea de lo justo y de lo injusto... ¡Que Nieves vivía! ¡Y qué, si vivía de milagro, como había dicho muy bien la infeliz? Su caída había sido de muerte, con el andar que llevaba el barco; y en esta cuenta se había arrojado él al mar... Si se obraba el milagro después, bien; y si no se obraba... ¿qué derecho tenía él a vivir pereciendo ella, ni para qué quería la vida aunque se la dejaran de misericordia? Esto no era rebelarse contra las leyes de Dios; era sacrificarse a un deber de caridad, de conciencia, de honor y de justicia.

Sea como fuere, prosigamos conjeturando: y ya que no podamos traspasar ciertos límites, ejercitemos el entendimiento recorriéndolos en toda su extension. Así, cuando nos hallamos sobre un terreno elevado, circuido de insondables abismos, nos complacemos en dar vueltas por la circunferencia, mirando la inmensa profundidad que hay bajo nuestros piés.

Tiene junto al rio un edificio grande, inmenso, coronado de almenas, circuido de ricas ventanas de herradura, adornado de hermosas celosías, dominado por una torre que arroja hoy á lo lejos la voz de sus campanas, edificio medio musulman, medio cristiano que ni bien presenta el aspecto de un templo, ni bien el de un castillo, construccion rara, heterogénea, híbrida, donde cada pueblo ha puesto su piedra y cada estilo ha pretendido imprimir su forma y su carácter: no cabe ya mas en arquitectura para subyugar la fantasía y turbar nuestros sentidos.

En el pasillo ó antesala, que era bastante espacioso, habían puesto un pesado armario de roble ennegrecido, con columnas salomónicas, gruesas chapas de metal blanco en las cerraduras y bisagras, y en lo alto un óvalo con el escudo de la casa de Porreño y Venegas, el cual escudo consistía en seis bandas rojas en la parte superior, y en la inferior tres veneros relucientes sobre plata y verde, además de una cabeza de sarraceno, circuído todo con una cadena y un lema que decía: En la Puente de Lebrija peresci con Lope Díaz.

Lo único que produce un efecto verdaderamente teatral, es el anfiteatro, circuido de graciosas barras doradas, con lujosos asientos accesibles á la mirada de los espectadores. Esto no es decir que el teatro de la Grande Opera no sea un magnífico coliseo, tanto por su extension, como por sus trabajos de pintura, escultura, dorado, y por su excelente y bien servida escena.

aquí el boceto. Dos fuentes riquísimas en escultura y agua, circuidas por una especie de celaje de polvo, porque tal es la impetuosidad con que el agua brota: en medio de las fuentes, un obelisco egipcio colosal: en torno á la plaza, grandes pedestales con las estátuas de las principales ciudades del reino, sembradas todas las distancias por gruesas farolas de bronce: hácia adelante, el Paris de la otra orilla del Sena, con su aspecto feudal, sus palacios que parecen castillos, sus casas y sus árboles corpulentos y verdes: hácia atrás, los dos palacios que limitan lateralmente la calle Real, y en su fondo el gran templo de la Magdalena, circuido de suntuosas columnas estriadas: á la izquierda, el jardin de las Tullerías, dividido por una verja, coronada á intérvalos de águilas doradas, entre dos pedestales que sostienen caballos de mármol; luego un surtidor del jardin que arroja el agua á la altura de un cuarto ó quinto piso, formando mil ondulaciones caprichosas á impulsos del viento; despues varias calles de árboles simétricos, á través de otras fuentes, hasta cerrarse el horizonte con la fachada del palacio imperial, corriendo una extension de novecientos á mil pasos: á la derecha, los campos Elíseos, por entre cuya hilera de árboles se dilata la vista, hasta detenerse en el arco triunfal de Napoleon, creacion enorme de la riqueza y del entusiasmo.