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Catur renegaba porque le hubiesen interrumpido el oír sus propias alabanzas; Caleb predicaba contra la bestialidad del uno y la infamia del otro, y el señor Alicak en esto ponía bajo la corona de la cabalgadura del orador moralista, un sendo aguijón, que comenzó a lastimar el asno, y éste a brincar, y el jinete a castigarle, y los otros a gritarle como fiera en coso; lo cierto es que a poca pieza del camino Caleb se derrumbó sobre un prado de ortigas, donde no lo hubiera pasado del todo mal si Catur, sobreviniendo allí, no le hubiera sacudido cuatro topetadas con su testa maciza, y si el señor Alicak, después de desnudarle para que mejor sintiera el halago de la alfombra donde reposaba, no le hubiese aliviado de los zequíes y doblas zahenes que llevaba.

Aquel tipo miserable y siniestro era fanático, violento y cobarde, se recreaba contando sus fechorías, manifestaba crueldad bastante para disimular su cobardía, tosquedad para darla como franqueza y ruindad para darle el carácter de habilidad. Tenía la doble bestialidad de ser fanático y de ser carlista.

Ese es, hijo mío, uno de los lados más obscuros de la naturaleza humana, un resto de bestialidad que subsiste en nuestro mundo civilizado.

La muerte pareceríame poco. ¡Ah! ¿Matarte ? Eso es diferente. Es una bestialidad; pero yo comprendo. ¡Qué diaño matarme yo...! Matarla a ella.... ¡Dios mío, que eres salvaje...! No hay más, señor. O usté manda, o la mujer manda; y si se desmanda, palo. O usté pega, o ella pega. Recuerde usté lo del pobre Belarmino. ¿Qué es lo que me dices?

El narrador no ha hecho más que limpiar todo lo posible su lenguaje al transcribirlo, barriendo con la pluma tanta grosería y bestialidad, para no dejar sino la escoria absolutamente precisa. Cuando Mariano se retiró aquella noche a su miserable alojamiento, después de vagar toda la tarde y parte de la noche por las calles sin tomar alimento, sufrió un ataque epiléptico.

Avanzaban los humanos comiendo, bailando, requebrándose de amor por lugares del globo donde aún subsistían las formas crueles y ciegas de la bestialidad prehistórica. Vivían lo mismo que en tierra, sin acordarse de que marchaban sobre una columna acuática y movible de seis mil metros de altura, de la cual era el buque a modo de un capitel.

Don Ciriaco muchas veces me decía, con una exasperación alegre que le era característica: Shanti, ten esto en cuenta. De cien mujeres, noventa y nueve son animales de instintos vanidosos y crueles, y la una que queda, que es buena, casi una santa, sirve de pasto para satisfacer la bestialidad y la crueldad de algún hombrecito petulante y farsantuelo.

Y el gobierno, que ha dispuesto este despilfarro monstruoso, nos pide ahora, de repente, la muerte de su antiguo protegido. ¿Qué secreto hay en el fondo de tal petición?... Todavía estaría derrochando el dinero del país para sostener al gigantesco intruso, si éste, por su bestialidad nativa y su ignorancia, no hubiese molestado inconscientemente á ciertos personajes, especialmente á uno que es el consejero secreto del gobierno y el verdadero autor de los errores que comete.

Tanto hablaron contra este sabio varon, que llegaron las nuevas de tal hecho á los oidos de don frai Diego de Deza, obispo á la sazón de Palencia, uno de los mayores monstruos de crueldad que para deshonra de España i oprobio del género humano fuéron inquisidores generales hombre, i en fin que aborrecia tan de muerte los testos hebreo i griego de la sagrada Escritura, que tenia propósito de no dejar en la Península el menor vestigio de ellos; i así con la misma bestialidad con que cuando denunciaban á alguno por judaizante solia decir: «Dámele judío, i dártele-he quemado », no cesaba de perseguir las Biblias hebrea i griega andando en busca de ellas por los mas escondidos rincones siempre con las teas encendidas en las manos para reducir sus ejemplares á cenizas .

Ni aun los maridos sabian la prision de sus esposas sino en la hora del auto de fe; i entonces solo podian darse unos á otros el último á Dios con los ojos; porque con las palabras les era vedado por aquellos monstruos de crueldad indignos de ser llamados hombres, cuanto mas sacerdotes: por aquellos monstruos mas feroces que los caribes: por aquellos que no siguiendo á la letra el Evangelio porque no lo entendian, escudados con testos teológicos que interpretaban á su placer, tenian ahogados en los corazones todo sentimiento de humanidad; i eran mas dignos de pertenecer á la clase de las fieras que á la de hombres; i aun estoi por decir que no á todas; porque el leon es animal noble, i en ellos no habia mas que el deseo de beber sangre humana, i la feroz bestialidad de los tigres i de las hienas.